Crítica de “La sudestada”, Katja Alemann y Juan Carrasco en una película difícil de catalogar

Jorge "el sabueso" Villafáñez (Juan Carrasco) es un detective privado calvo y obeso contratado por un marido desconfiado (Edgardo Castro) para seguir a su esposa, Elvira Shulz (Katja Alemán), una coreógrafa de danza contemporánea que realiza frecuentes viajes a una isla en el Delta para bailar desnuda y en soledad. Jorge la sigue hasta allí y, a medida que se acerca más a la mujer, siente una mayor atracción por ella.

Después de esta sinopsis bastante lineal, nos sumergimos en el enigmático universo de La sudestada (2022), la ópera prima de ficción de los directores de Cracks de nácar (2011), estrenada en el Festival de Rotterdam. La película cuenta esta historia, pero está llena de segmentos oníricos, como cuando Jorge es "absorbido" por el asfalto o cuando Elvira es invitada por Jorge a una fiesta de disfraces con sus amigos. Una escena digna de Cha Cha Cha que vale toda la película.

Los recursos simbólicos se despliegan por doquier en este extraño universo representado. Por un lado, está la "sudestada" del título, por otro, la danza contemporánea y las pesadillas expresionistas de Jorge. Hay una transformación visual e interior que sigue el estilo del género noir pero con un toque criollo, con elementos como el Renault 12 rojo y la paragüería del barrio de Boedo, entre otros variopintos elementos que recuerdan al cine de Martín Rejtman.

La sudestada corre riesgos estéticos y formales, transita por la delgada línea que divide los géneros y los tonos de comedia. Es una apuesta por el delirio más absoluto que se distingue de la media en su intento por renovar los formatos, lo que la convierte en una película inclasificable, con todo lo que ello implica.