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Crítica de "Amancay" y la cotidianidad noctámbula de la juventud urbana
La primera película en soledad de Máximo Ciambella ("El árbol negro", 2018), se erige como una obra destacada por su energía, transparencia y sencillez. Desde su inicio, el espectador se sumerge en la cotidianidad de un conjunto de amigos en una metrópoli que se resiste a dormir,
Amancay (2022) es una película que cautiva al espectador con su realismo y frescura altamente seductores, invitándolo a vivenciar los momentos cotidianos de un grupo de jóvenes amigos en una ciudad que se niega a dormir, donde las ventanas de los edificios en la noche y el Cementerio de Chacarita son mudos testigos de las vivencias de los personajes.
La dirección de Máximo Ciambella destaca por la gran naturalidad de las actuaciones de los jóvenes intérpretes que asumen los roles protagónicos (Adriano La Croce, Lucía Aráoz de Cea, Manuel Bersi, Rocío Barbenza y Tomás Raspall). Además, la obra cuenta con una fotografía monocromática que logra capturar la esencia noctámbula de la ciudad y su atmósfera. Para crear una atmósfera nostálgica y melancólica, se utiliza un enérgico blanco y negro que, no obstante, no despoja a los personajes de su vitalidad, sinceridad y simpleza.
Amancay aprehende la esencia de la juventud y de la urbe, en una amalgama de luz y vida que se fusiona con la oscuridad nocturna. Por esta razón, mereció el gran galardón otorgado en la Competencia Argentina del último BAFICI, dada su valía artística.
