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Crítica de "65: Al borde de la extinción", Adam Driver sobrevive entre puro artificio digital

Si Sony tuviera una plataforma de streaming propia, "65: Al borde de la extinción" (2023) sería el tipo de película que inaugura nuevo contenido para el fin de semana luego de una súbita e intensa campaña publicitaria que promete muchísimo más de lo que tiene para ofrecer y probablemente costó más que el producto final.

viernes 16 de junio de 2023

Pero Sony vendió su última tajada de Crackle a fines de 2020, aproximadamente una semana luego de que 65: Al borde de la extinción (65, 2023) comenzara su rodaje; tres años más tarde, entre declarar la inversión incobrable (la fórmula Warner Bros.) y lanzarla en salas, ha decido jugarse por la popularidad de su solitaria estrella.

Adam Driver protagoniza esta elemental aventura de supervivencia y ciencia ficción. Interpreta un explorador espacial, Mills, que estrella su nave en la Tierra unos 65 millones de años antes de que Sony venda Crackle. Una película más sensata lo explicaría con un viaje a través del tiempo o un agujero negro, pero en lo que a esta concierne, una raza humana indistinguible a la nuestra evolucionó hace 65 millones de años en otro planeta indistinguible a este.

Lo único que sabemos del planeta Somaris es que hospeda a tres personas (Mills, su esposa y una hija afectada por una Portentosa Tos), que la medicina prepaga de Somaris cobra una fortuna por tratar una Portentosa Tos, y que el modelo capitalista de Somaris ofrece triplicar el salario de Mills si se suma a una expedición y abandona a su familia por unos años.

Todo este andamiaje es tanto más ridículo porque la película no lo necesita. En tan solo dos escenas Mills se estrella en la Tierra cuando los dinosaurios la dominaban y el resto de la película cubre su odisea de noventa minutos por llegar a una cápsula de escape, perdida en la cima de una montaña. Lo acompaña la única otra superviviente del accidente, una niña llamada Koa que no habla su idioma pero no pierde tiempo en entablar una relación filial con su guardián.

El presupuesto de la película es bajísimo, lo cual le da cierto encanto. Nada en ella se ve convincente. Los dinosaurios son puro artificio digital. Los bosques de Oregon y los pantanos de Louisiana no dan pinta ni por un segundo del paisaje exótico que sería la flora cretácica. Hasta las armas y herramientas de Mills parecen juguetes de plástico, recientemente intervenidos por un utilero. Todo se ve falso, pero resulta tierno en contraste con la intensidad de la actuación de Driver. El actor se pone al hombro el proyecto con su usual aplomo y el vínculo con la niña se siente lo suficientemente sincero como para que sea simpático.

65: Al borde de la extinción tiene más en común con el arte encontrado del cine de Michel Gondry que con la película que probablemente imaginaron sus guionistas y directores, Scott Beck y Bryan Woods, quienes también escribieron Un lugar en silencio (A Quiet Place, 2018). Lo que esa película poseía de ingenio aquí ha sido reemplazado por ambición y falta de técnica. A modo de compensación Sam Raimi se encuentra entre sus productores, lo cual explica el humor macabro o pesimista de sus mejores momentos. En el peor de los casos, 65: Al borde de la extinción demuestra que Driver es perfectamente capaz de protagonizar y salvar aunque sea a medias vehículos muy por debajo de su altura.

4.0
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