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Crítica de "Los crímenes de la Academia" o el horror existencialista de Edgar Allan Poe

“Los crímenes de la Academia” (The Pale Blue Eye, Scott Cooper, 2022), es la adaptación de una exitosa novela de Louis Bayard, “The Pale Blue Eye”, publicada en 2003, que incluye varios guiños a la obra de Poe. De esta forma, tanto el título de la novela como el de la película aluden a un pasaje del cuento “Corazón delator” (1843), cuyas referencias son ubicuas en la historia.

Augustus Landor (Christian Bale), un afamado detective de Nueva York con un pasado torturado, doloroso, llega a la Academia Militar de West Point, situada a orillas del helado río Hudson, durante el invierno de 1830, para investigar el aparente suicidio, por ahorcamiento, de Leroy Fry (Steven Mier), un cadete de segundo año. Las autoridades le piden a Landor absoluta discreción -y de paso, salvar el honor de la institución, que algunos senadores desearían cerrar-, pero la aparición de un segundo ahorcado amenaza con convertir a un evento, aparentemente aislado, en una serie de asesinatos macabros, ya que los cuerpos aparecen con el corazón extirpado. Al principio, las sospechas recaen sobre uno de los cadetes, un poeta de aspecto esmirriado, de buenos modales pero poco agraciado, de conducta nerviosa, parlanchín y bebedor, que suele llevar a sus citas amorosas al cementerio y demuestra tener grandes dotes deductivas, cuyo nombre, Edgar Allan Poe (Harry Melling), en ese entonces importa poco, pero con quien Landor formará un dueto para resolver los crímenes, de los cuales es eximido casi de inmediato.

El nombre de pila de Landor recuerda al de su detective primordial, Auguste Dupin, al igual que su apellido, que sugiere aquel hermoso cottage -una quinta, o casa de campo-, perteneciente a un Mr. Landor, en el idílico relato titulado “El cottage de Landor” (1849), así como el fragmento de carta que Fry, aun muerto, retiene en la mano cerrada, incluyendo su diario, escrito en clave, no son sino alusiones al pergamino del pirata de “El escarabajo de oro” (1844), o los corazones sustraídos de los cadáveres que se corresponden al citado “Corazón delator”, conservado bajo la duela, e incluso el cuervo sobre un árbol reseco, que remite a su popular poema, pero este Poe de Harry Melling -por otra parte, de parecido extraordinario al daguerrotipo que se conserva del autor, y que viene de interpretar a Dudley Dursley, el primo de Harry Potter-, aparece aquí disminuido -casi un patiño-, por la gran presencia del Landor de Christian Bale, y se vuelve un personaje secundario un tanto molesto.

La figura de Poe como personaje cinematográfico se remonta a un temprano cortometraje de D. W. Griffith, Edgar Allen Poe (sic), realizado en 1909 para conmemorar el centenario de su nacimiento, que presentaba a un autor inspirado, mientras escribía “El cuervo”, y pasa por la caracterización que hiciera John Cusack, así mismo, en la cinta El cuervo (The Raven, James McTeigue, 2012), hasta las frecuentes alusiones al escritor en la reciente serie de Netflix, Merlina (Tim Burton et. al. 2022), cuya academia -donde la hija mayor de los Addams estudia-, lleva el nombre revelador de “Never More”.

Los crímenes de la Academia, con un impecable comienzo, cae en el mismo tópico, repetido hasta el hartazgo, de las sociedades secretas, los rituales mágicos -véase, por ejemplo, la resolución de la serie Freud (Martin Kren, 2020), que pertenece al mismo tipo de ficción biográfica e histórica, en la cual se invoca al táltos de la mitología magyar en un ceremonial iniciático, para que lidere un cambio político-, y el crimen oportuno que oculta un crimen anterior.

La música de Howard Shore y las actuaciones de Gillian Anderson, Charlotte Gainsbourg y Robert Duvall como el ocultista Jean Pépé, aportan atmósfera y un elenco de lujo a una trama apasionante, típica de los libros bestsellers, y que se identifica con un estado mental -y sociológico-, muy actual, como las teorías conspirativas y el resurgimiento explosivo -vía Internet-, de las grandes figuras literarias del terror y, al mismo tiempo, el cuestionamiento moral de las instituciones. Es la pauta que había dado Umberto Eco con su inesperado súper ventas “El nombre de la rosa” -que, como todo bestseller, fue llevado al cine de inmediato, en una adaptación de Jean-Jacques Annaud, en 1986-, con sus múltiples lecturas y pletórica erudición, aunada a un estilo ameno e inmediato.

Salvo por el lugar común arriba citado -un tropiezo tan macabro como varias ficciones de Poe, después de todo-, Los crímenes de la Academia, se resuelve en una atmósfera de horror existencial, de vacío y desesperanza, tan acertado como amargo.

7.0
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