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Crítica de "Hasta los huesos", un Guadagnino más feroz que nunca

El terror y el romance se fusionan en la nueva cinta del aclamado cineasta italiano Luca Guadagnino, en donde el ‘coming of age’ se convierte en una exploración de lo más íntimo de las conexiones humanas. Guadagnino, reunido con Timothée Chalamet, se embarca en un viaje por la América del ex presidente Ronald Reagan en donde, ante todo, la juventud perdida encuentra en el trauma compartido una forma de alimentarse.

La trama, retorcida, compleja y sencilla de seguir, nos presenta a Maren (Taylor Russel), una joven inusual, no por su falta de carencia de amistades escolares o su inestable relación paternal, sino por la aparente causa de esto, un deseo inexplicable por devorar carne humana. Se trata de un fenómeno que la ha acompañado toda su vida, su primera víctima fue su niñera cuando recién contaba con la edad de tres años; su apetito lideró una vida en movimiento para ella y su padre, con constantes cambios de ciudad, escuela y apellido. Tras un incidente en una pijamada, el padre de Maren la abandona, esto tras sentir que él simplemente ya no la puede ayudar. El padre de Maren le ha dejado dinero y su certificado de nacimiento, con el cual ella obtiene pistas sobre la identidad y el paradero de su madre. Gracias a ello, emprende un viaje en la búsqueda de la misma.

Es aquí que la historia se transforma en una bella e inolvidable película ‘road trip’, donde la carne se vuelve la liberación de los dolores, pasados y futuros, donde la carne se transforma en conexión y cuestionamiento. Donde, también, los aparentes monstruos de la sociedad toman la forma de dos jóvenes enamorados en una nación fracturada y, como ellos, perdida. Gracias a que, en su recorrido por la depravada y descuidada nación americana, Maren se encuentra con una serie de intrigantes personajes que, como ella, son devoradores de la carne humana, con habilidades para el olfato tan impresionantes como aquellas para devorar.

Un personaje en particular se vuelve, en más de un sentido, el acompañante para Maren en su viaje, en su apetito, en su necesidad por existir en la realidad. Este personaje es Lee (Chalamet), un joven caníbal relativamente mayor a Maren, quien se encuentra igual de vago que ella, enfrentando demonios internos similares, es decir, enfrentado y dividido entre su vida familiar y aquello que, como una droga, lo atrae a las rufianes mordidas hacia el cuerpo humano. Tras cruzar sus caminos, Lee no solo se convierte en el conductor de Maren encaminando a la joven por lo más olvidado del país en camino a su madre, sino en su guía en torno al acopio de sus particulares gustos culinarios y los rituales que acompañan el proceso, en los cuales se vuelven recolectores de lo material; su alimento se convierte en el dinero de sus víctimas, los vinilos y prendas de las mismas; sus duchas, limpiezas de la sangre derramada, toman lugar en los baños cuya casa pertenecía a su cena. Pero arriba de todo, Lee se convierte en su amante y, aunque a primera vista, mínimo textualmente, parecería que ella lo necesita a él, esto no podría estar más alejado de la realidad. Es otro de los devoradores el que exclama que él la necesita más que nada, e incluso se atreve a dictarle a Lee la frase: “Quizás el amor te libere”. Esto porque en Lee crecen tumores, no literales, claro, pero en forma de preocupaciones que, vaya la ironía, lo devoran. La culpa lo consume al grado de seriamente cuestionarse si es una mala persona. La cuestión sobrepasa la barrera de aquello que Lee tiende a masticar y se convierte en algo meramente espiritual, como todo aquello por lo que la cinta de Guadagnino navega al momento de cuestionar el camino de la juventud.

Regresamos, entonces, a sus obras anteriores, como la divina miniserie para HBO, We are who we are (2020) y la aclamada cinta Llámame por tu nombre (Call me by your name, 2017), en las cuales predominaba precisamente el sentimiento de la conexión humana como algo en constante movimiento y como un elemento esencial para el florecimiento juvenil. El camino emprendido en Hasta los huesos (Bones and All, 2022) persigue muchos destinos: la familia, el hogar, la madre, el amor, la muerte… Todo se encuentra en aquellas carreteras por las cuales los personajes se adhieren a sí mismos, encuentran en el otro un sentido de pertenencia que nunca antes había, realmente suyo. Encuentran un hogar en su amor, encuentran que los monstruos del mundo pueden ser amados, mínimo por ellos mismos.

Guadagnino, más feroz que nunca, permite que la poesía fluya no sólo en la sangre derramada, sino en la poesía de lo que la rodea. Imágenes de cotidianidad, naturaleza y objetos tenues inundan las orejas y dedos desmembrados de sus respectivos dueños, entre masacres al cuerpo, la tranquilidad y el silencio de los pueblos, la portada de un libro de James Joyce o la música de Duran Duran, la calma de una charla junto a una chela y las cataratas que observan los fuegos artificiales tomar vida en los cielos. A la vez, inciertas referencias a grandes maestros, cuyo enfoque se encontraba en lo exterior de la nación americana y con la inevitable relación que tienen con lo interior de sus habitantes, con tonalidades y temáticas evidentemente opuestas. Notamos al propio John Ford en ciertos planos y movimientos en donde la puesta de cámara toma una vida de antaño, un sentimiento tan solo aumentado por el hipnotizante y conmovedor trabajo musical de Trent Reznor y Atticus Ross que, aparte de la banda sonora, otorga una canción original cuyo momento dentro de la película es uno de alto sentimiento y llevado a uno de los mejores finales del año, predecible en el mejor sentido posible, aquel sentido donde te imaginas la posibilidad de su ocurrencia y llegas a pensar lo brillante que sería, y vaya que lo logra, pues sus últimas imágenes provocan como pocas entregadas por el cine de terror de este año.

Hasta los huesos se aventura a lo más profundo a través de lo más íntimo y, por ello, es una de las cintas imperdibles de este año.

9.0
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