Crítica de "Aftersun" o los sueños rotos de Paul Mescal

En la pequeña habitación de un modesto hotel en Turquía, una niña filma a su padre mientras le pregunta sobre sus sueños de infancia. Él le pide que detenga la grabación. La cámara se detiene con la imagen estática y oscura de él. Una grieta se abre en el lugar menos esperado. Sophie (Francesca Corio) y Callum (con una excelente actuación del emergente Paul Mescal), ella de 11 años y él de 31, comparten unos días de vacaciones en Turquía.

Callum lleva varios años separado de la madre de Sophie y ya no vive con ella en Edimburgo, sino que se mudó a Londres. Pero detrás de la imagen de padre atento y amigo que intenta mostrar, se esconde una profunda tristeza. Callum está perdido en los laberintos de la edad adulta, la paternidad no planificada y en una existencia que tampoco lo era. Una tristeza que ella descubrirá con el pasar de los días, mientras se adentra en las primeras experiencias de la adolescencia.

A través de actuaciones naturalistas y una refinada puesta en escena que considera el tempo, la iluminación y el espacio, la ópera prima de Wells, una película casera, se pregunta sobre lo que podría haber sido, pero no es un ejercicio melancólico sobre el pasado, sino la búsqueda de alguna certeza en el presente. Sophie, en la actualidad, con suficiente edad y un hijo, parece encontrar las respuestas a las preguntas que alguna vez se hizo hace 30 años.

Wells alterna instantes llenos de luz y delicadeza, y otros cargados de oscuridad y pesadez, evocando una sensación de nostalgia y desolación. Aftersun ofrece un estudio excepcional sobre los sueños rotos y los futuros truncados con una sensibilidad y habilidad narrativa que cautivan.