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Crítica de "Nuestra Bronca", o cuando se dejan jirones de la vida en búsqueda de la Justicia

Sergio Shlomo Slutzky, junto a su hijo Tomer Slutzky, han dirigido este documental que más que una denuncia a un agente represor de la Dictadura, exiliado en Israel, es una palpable demostración de que no siempre la Verdad triunfa, ni la Historia ya está escrita de antemano.

domingo 27 de noviembre de 2022

Si hay algo que queda bien en claro en relación a los contenidos, las visiones, la postura, las necesidades y las búsquedas (en varios sentidos) de un director, guionista, investigador (también en varias direcciones) y periodista como lo es Sergio Shlomo Slutzky, es que no hace y realiza sus obras –sus películas- para satisfacer a alguien en especial, ni para congraciarse con nada ni con nadie. Simplemente con esa fibra intrínsecamente abierta a la pesquisa, al buscar el porqué de las cosas y de los hechos, esa necesidad imperiosa de saber, y de conocer la o las fuentes de cada cuestión -que indudablemente tenemos la gran mayoría de los periodistas- es que el codirector, coguionista y generador de la historia que cuenta Nuestra Bronca, es una persona que no tiene problemas de enfrentarse con basas y argumentos, a quien corresponda.

Shlomo Slutzky con sus documentales (y nunca mejor dicho el término dado que este género conlleva fundamentos y evidencias) no quiere quedar bien con Dios y con el Diablo. Más bien termina incomodando a “dios” y al “diablo”.

Para empezar hay que decir que Nuestra Bronca es una especie de “spin off”, dado que la historia eje que relata, es un desprendimiento –y en cierta manera una continuación- de lo que nos contó hace cuatro años con otro documental, Disculpas por la demora, a su vez codirigido, pero en ese caso con Daniel Burak. Según afirmaba Slutzky, en 1977 durante la Dictadura cívico-militar, secuestraron e hicieron desaparecer al primo hermano de su padre –el Dr. Samuel (Sami) Slutzky-. Y en sus propias palabras decía que “mi familia en Buenos Aires se desentendió de sus dos hijos, quienes finalmente lograron arribar a Holanda como niños-refugiados con ayuda de Amnistía Internacional. En un intento de pagar esa deuda familiar, me propongo acompañar a Mariano Slutzky –ante cuyos ojos de niño detuvieran, golpearan y secuestraran a su padre en junio del 77-, en el juicio a los asesinos, la persecución de un sospechoso de complicidad con el asesinato –hoy paradójicamente refugiado en Israel-, y el “juicio” a los Slutzkys en Argentina, sobre quienes cabe  preguntarse si actuaron a la altura de las circunstancias”.

Pues bien aquel sospechoso de complicidad con el asesinato –hoy paradójicamente refugiado en Israel, tiene nombre y apellido: Aníbal Teodoro Gauto. Lo que había quedado casi como en un segundo plano, pasó aquí a ser el nuevo eje del relato. Casi todo el film es la búsqueda de Gauto, el encuentro con Gauto, la investigación sobre su pasado y  presente y las relaciones misteriosas y secretas entre los gobiernos de Argentina e Israel, ya desde la época del nefasto Proceso, con que impiden que en esta historia se haga justicia. Gauto, quien era buscado por Interpol, era un agente de inteligencia y sospechoso de secuestro, tortura y asesinato en La Cacha (como se lo conocía a un Centro Clandestino de Detención en La Plata), entre otros de Samuel Slutzky. Cambió su nombre, al llegar a Israel por Yosef Carmel y vive en el barrio Kiriat Bialik cercano a Haifa. El director utiliza varias tomas y escenas de Disculpas por la demora.

El film va narrándose a manera de un policial negro, un thriller sobre hechos reales. Hasta la banda sonora, especie de tango contemporáneo con bandoneón, da clima de policial, de averiguación, de ir avanzando con las novedades y las leyes de ambos países. Con declaraciones, entrevistas y sospechas de todos lados. Casi como en una ficción, nos va metiendo en la historia y la misma se sigue de manera tensa y vívida.

Aquí la codirección es con su hijo Tomer Slutzky (quien se encarga de la narración en off), que nació en Israel en 1990, vive allí y conoció la Argentina en 2004 y descubrió todo ese mundo tapado y negado durante las rondas de los días jueves de las Madres de la Plaza de Mayo. Y un poco también se encargó de “cuidarle las espaldas” a su padre, dado que Shlomo estaba (está) jugado con esta causa. Se suman así las tensiones y el stress, las idas y venidas a Israel y a la Argentina. En el medio de la investigación en enero de 2019, Shlomo Slutzky sufre un infarto y debe realizarse una cirugía de urgencia. Pudo superarlo y continuar la lucha quijotesca. Y terca, según él mismo. En mayo de ese año comienza su recuperación post internación, haciendo ejercicios en una máquina de pedalera tipo bicicleta. La postura física de Slutzky lo dice todo.

Más que contar aquí todas las peripecias y las causas por las que pasan, es importante ir descubriéndolas viendo el documental. Realmente llega a sorprendernos en más de una ocasión tanto las relaciones como las justificaciones –cuando las hay- de porqué una persona como Gauto –que parecería “un perejil”- es blindado y protegido especialmente por el gobierno de Israel, sin que el gobierno Argentino pueda entrometerse. Más allá de buscarlo para traerlo al país y enjuiciarlo. En toda esta historia además de los gobiernos de ambos países también aparecen como probables protagonistas la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), Montoneros, los servicios de inteligencia de la Argentina y la Mossad de Israel.

En parte ya recuperado físicamente Shlomo Slutzky sigue denunciando a Aníbal Gauto, da conferencias por todos lados en Israel, se reúne con dirigentes de diversos partidos políticos israelíes. Realiza un Acto final colocando pancartas y reuniendo gente para hacer un escrache frente al edificio donde vive Aníbal Gauto. Y como hay sol, Slutzky reparte a los asistentes varios paraguas con las imágenes de Gauto y los 500.000 pesos de recompensa. De fondo se escucha la inquebrantable “Marcha de la bronca” de Pedro y Pablo grabada en 1970. En un momento el hijo le pregunta a Shlomo: “¿Cuándo vas a parar?”. Y él contesta: “Cuando se haga justicia o cuando se muera”.

Al día de hoy no hay una resolución final para este caso. O sea plantea un final abierto. Al igual que en sus otros films y especialmente con Perón y los judíos (2019), Slutzky pone los hechos, las opiniones y los testimonios en la pantalla. Pero sus relatos no están pasteurizados y concluidos, sino que son nuevas puertas, nuevas ventanas para el dialogo, para la discusión. Lo suyo es entrañablemente humanista, como un gran idealista que con la memoria a cuestas busca desesperadamente justicia contra todos los males de este mundo. Como escribió un director de cine y musicalizó su amigo rosarino, si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia.

8.0
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