Crítica de “Togo”, el western de trapitos de Israel Adrián Caetano

Con la producción de Netflix, Caetano realiza una película de bajo presupuesto sobre marginales en situación de calle y los códigos internos que manejan. El protagonista es Togo (Diego Alonso, de la miniserie Okupas), un anciano rengo que vive debajo de un enorme árbol y trabaja acomodando autos. 

Un día llega Mercedes (Catalina Arrillaga), una chica de clase acomodada que, huyendo de sus padres, encuentra cobijo a su lado. Togo, que tiene a su propia hija internada en un psiquiátrico, la aconseja y cuida como una especie de tutor. Estas dos líneas argumentales entran en crisis cuando un grupo de jóvenes lo quieren obligar a que venda droga para ellos o, en su negativa, les deje liberada la cuadra. La disputa del territorio será la clave del film.

Caetano vuelve a un relato sobre seres marginales, con sus códigos y hábitos cotidianos. Sin embargo, hay algo local que se percibe en el film, cierto aire de costumbrismo, y la descripción de los tiempos y espacios, como la rambla. En ese microuniverso, donde todos se conocen y cumplen un rol dentro de la sociedad, tal y como está planteada, estos jóvenes se presentan con la intención de llevarse el mundo por delante. Por eso Togo, desde su actitud de renegado, duro de carácter y brazo difícil de torcer, debe proteger a los suyos y restablecer el orden en el lugar. Un personaje de western.

Togo (2022) utiliza el retrato de la problemática social para establecer un contexto determinado, reconocible por el espectador, para luego abocarse a las reglas del género (no en términos iconográficos sino temáticos). Desde allí, construye un relato sobre el poder del más fuerte pero no de cuerpo, sino de mente y alma. Un héroe con todas las de la ley.