Crítica de "Marmaduke", otra de perritos que hablan

Todos los años Hollywood hace una estupidez como ésta. El año pasado fue "Hotel para perros" (Hotel for dogs, 2009), el anterior "Una chihuahua de Beverly Hills" (Beverly Hills Chihuahua, 2008). Perros que hablan, se disfrazan, se enamoran, son las repetitivas gracias de un género que no aporta nada nuevo desde que el cine es cine. "Marmaduke" (2010) no es la excepción. Aquí el perrito sigue el comportamiento de un adolescente que no puede manejar su cuerpo.

Crítica de "Marmaduke", otra de perritos que hablan
miércoles 18 de mayo de 2022

Marmaduke (voz de Owen Wilson en la versión original) es un perro adorado por su familia. Por cuestiones laborales del padre deberán mudarse todos de Kansas a California y el can deberá sortear las dificultades de adaptación que le imponen su cuerpo y sus nuevos amigos. Los cambios hormonales en la adolescencia traen grandes trastornos de conducta a un adolescente y, en consecuencia, a su familia. Aquí estas características las tiene el perro Marmaduke, que quiere ser cool y no juntarse con los perritos nerds, salir con la perrita linda del grupo, hacer fiestas en casa de sus padres (de sus dueños), enfrentarse al líder de la banda del parque, etc, etc, etc.

No es que haya que ser muy inteligente para interpretar semejante paralelismo. En el comienzo del film un adolescente sufre estos problemas corporales (el chico es alto en comparación al resto) y las obvias consecuencias. Luego vemos que la voz over (voz relatora) no pertenece al adolescente sino a un Gran Danés, raza grande si las hay, que tiene los mismo problemas que el niño. Ese perro es Marmaduke y allí empieza la previsible historia. La apuesta es entonces trasponer la comedia adolescente de preparatoria -mezclada con comedia familiar- a un perro, donde la familia mantiene el lugar sagrado de contención para el ser problemático, sea quien sea, incluso el cuadrúpedo.

El personaje de Marmaduke surge de las tiras cómicas del mismo nombre, ahora llevado a la pantalla grande. Se agregan a las tomas de riesgo, efectos especiales que digitalizan al perro en una figura similar a la versión fílmica de Scooby-Doo o Garfield. Es decir, el muñeco tridimensional no alcanza la fluidez visual para no distinguirse del perro real. Tal vez, con mayor esmero, se hubiera prefigurado un producto al menos digno.

2.0
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