Crítica de "Asalto a la casa de moneda" o de como robar el Banco de España después de "La casa de papel"

Dice la leyenda que el sistema de seguridad del Banco Nacional de España es inquebrantable y que es imposible entrar a él para cometer un atraco. Pero esta teoría no asusta a Thom Johnson (Freddie Highmore), el brillante y joven ingeniero reclutado para averiguar cómo acceder a su interior. El objetivo son tres monedas que están guardadas en la bóveda del banco, mientras tanto, en paralelo, se está jugando el Mundial de Fútbol de Sudáfrica en el que España se coronaría campeón por primera vez en su historia.

Jaume Balagueró dirige su primera película de atracos, alejada del terror o el thriller que tantos buenos réditos le dio y tan bien supo aprovechar. Asalto a la casa de moneda (Way Down, 2021) es una suerte de reversión ¿inteligente? de La casa de papel, pero sin apelar a todos los estereotipos y lugares comunes que recurría la serie. Y no es que Balagueró se corra de los clisés del género, de hecho, es una película de manual, con personajes, puesta en escena y estructura narrativa clásica, sino porque a diferencia de su antecesora todo funciona como un reloj suizo, sin la necesidad de giros forzados, voces en off monocordes o flashbacks sobre flashbacks.

El creador de la saga de terror Rec y el thriller Mientras duermes (2011) tiene oficio para resolver escenas complejas, dirigir a un grupo actores que habla en varios idiomas y una innata capacidad para entretener sin la necesidad de subestimar al espectador. Balagueró juega con las imágenes a partir de una puesta en escena rabiosa, apabullante, visual al ciento por ciento, y no le tiembla el pulso a la hora filmar escenas de acción que no dan respiro.

Asalto a la casa de moneda, pese a que tiene un guion mejor pensado de lo que parece, con un buen manejo de la tensión dramática, más allá de la previsibilidad del género, no va a pasar a la historia de las películas de atracos, ni será recordada como la mejor película de Balagueró, pero al menos logra su cometido: entretener y hacer sentir al espectador que no lo tomaron de estúpido durante dos horas de su valioso tiempo. No sorprende, pero tampoco decepciona.