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Crítica de “Atlas”, Ignacio Masllorens y Guadalupe Gaona documentan el horror de la ciencia

El documental pone de manifiesto los terribles tratamientos realizados hace cien años con el fin de estudiar el cerebro humano.

martes 01 de marzo de 2022

El neurobiólogo alemán Christofredo Jakob llega a la Argentina en 1899 para realizar investigaciones en el Hospital “de las Alienadas” ahora llamado Hospital Moyano. Los experimentos en materia fisiológica produjeron varios trastornos a las pacientes, retratadas en unas borrosas fotografías de entonces. 

Ignacio Masllorens (Martín Blaszko III, 2011) y Guadalupe Gaona (investigadora de archivos fotográficos) se inmiscuyen en un pabellón semiabandonado del Hospital Moyano, y registran cuanto vestigio encuentran de aquella experiencia (cerebros y cabezas conservados en formol, animales disecados, documentos deteriorados y/o quemados, y las fotografías de las internas que habitaron el hospital).

La memoria de lo sucedido se encuentra deteriorada cien años después, tal como le ocurre a Cuqui, la nieta del doctor Jakob, entrevistada para el documental. Sus recuerdos son tan borrosos como las fotografías y los archivos hallados en el pabellón. El halo de misterio generado por la distancia temporal y las prácticas erradicadas es constante.

Este registro produce el mismo efecto que una película de terror, al detenerse en las grietas del espacio abandonado en el pabellón del hospital y una intención de ocultar los aberrantes acontecimientos sucedidos bajo el nombre de la ciencia: una cosmovisión científica que sometía a pacientes de enfermedades mentales a tratamientos violentos de tortura física.

El valor de Atlas (2021), título asociado al Atlas del cuerpo humano, libro cientificista y superficial que suponía que todas las respuestas se encontraban al diseccionar los cuerpos, no es lo que muestra sino lo que infiere. Es decir, del mismo modo que un relato de horror, aquello que queda fuera del campo visual, lo no dicho, es mucho más tenebroso que lo que vemos.

Los gestos idos y melancólicos de las internas fotografiadas hace cien años, inducen las huellas de una práctica científica traumática. El documental sólo tiene que mostrarlo sin subrayados para denunciar hechos con fotografías que hablan por sí solas. 

No es casual que sean mujeres las torturadas por los experimentos científicos. Aparecen las prácticas patriarcales en la estructura de poder de la ciencia de entonces. Sobre el final aparecen mujeres estudiantes de medicina aportando miradas reflexivas sobre las prácticas científicas. Un hecho que abre un camino y visión médica superadora que vislumbra un proceso de cambio.

6.0
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