MUBI y CINEAR

Crítica de "Los niños de Dios", Martin Farina en el universo de las sectas religiosas

Martín Farina culmina su viaje íntimo y personal con este film, en donde sus inquietudes y premisas decantan en una profunda mirada sobre el continuar de la vida de sobrevivientes.

lunes 27 de junio de 2022

Así como en Cuentos de Chacales (2017) y El lugar de la desaparición (2018) Farina reposaba su mirada en su círculo familiar más íntimo, y así indagar sobre el pasado para comprender el presente, en Los niños de Dios (2021) posibilita ingresar en el universo de la vida continuando una línea progresiva en donde la resiliencia es la clave para los protagonistas del relato.

Francisco y Sol Cruzans se han mantenido escondidos tras mandatos familiares, con un pasado del cual poco les dejan hablar, pero que los ha marcado a fuego hasta la actualidad. Pero es hora de comenzar otra vida, de dejar los miedos atrás y poner en acción y palabras aquellos fantasmas que en cada canción que entonan junto a sus padres, estremece los recuerdos de aquello que prefieren mantener alejado de sí mismos.

Pero no se puede cambiar el destino, y mucho menos olvidar aquello que marcó a fuego nuestras vidas, y aun en la férrea decisión de cambiar el estado de las cosas, ambos saben que no será fácil luchar contra años de invisibilidad y dolor, al punto de manifestarse corporalmente en forma de enfermedad.

Aquello que se intuía y se esbozaba en las dos películas anteriores del director, aquí explota en forma de verdad y furia, revelando, gracias a una cuidada puesta en escena, trabajo de materiales de archivo, sonoridad y exploración plástica de las imágenes, construyendo un relato que evita victimizar y buscar culpables, para potenciar a sus protagonistas en el continúo devenir del presente de la película.

Sol enfrenta a su madre, exige una Navidad en paz alejada de sus fantasmas, los que, como en todas las familias, se cristalizan en eternas reuniones en las que la hipocresía prefiere alojar debajo de la alfombra secretos nocivos a la hora de mantener un status quo y un orden hacia la mirada de los otros.

Pero la alfombra ya se ha convertido en un elefante, y a la hora de caminar sobre ella, el desafiante proceso de equilibrismo hace que Francisco y Sol deban asistirse y acompañarse, repasando junto a otros un pasado que aún los tiene apresados y del que, aparentemente, no pueden escapar, pero solo en apariencia.

Farina juega con la imagen, habilita dimensiones expresivas desde imágenes de archivo atravesadas por el sonido de un piano replicando al lúdico Simón, notas musicales que subrayan el dolor de los protagonistas, los que, aun en su dolor, evidencian su fuerza de cambio y transformación, llevándolos a convencer a una señora mayor sobre algún inservible objeto o servicio desde un call center o ensayando con un grupo números musicales o pintando objetos.

Así refleja a estos dos sobrevivientes, y que gracias a su resiliencia pueden hoy estar contando su verdad. Pero la vida golpea, los hace atravesar enfermedades, y ahí está nuevamente la familia, para recordarles que aun en sus diferencias pueden apoyarse para salir adelante a pesar de todo.

Los niños de Dios es el cierre perfecto de una trilogía que supo hacer de lo particular de una biografía, una construcción universal sobre la vulnerabilidad y la locura de los fanatismos, para representar sobrevivientes que merecen una segunda oportunidad para amar, vivir, cantar, soñar y saber que nada de aquello que en su infancia vivieron es la norma y la verdad.

9.0
Te puede interesar
Últimas noticias
MÁS VISTAS