Critica de “La migración”, la “petermanía” de Ezequiel Acuña

Con La migración Acuña regresa al universo nostálgico de los adultos “peterpanistas”; la melancolía por el pasado, las ausencias que duelen y la amistad masculina en otro relato en donde la música cumple un rol protagónico. Guillermo (Santiago Pedrero) viaja a Lima (Perú) tras recibir una postal confusa sobre Nico, su amigo y ex compañero de banda, con el que dejó de hablarse hace tiempo por diferencias artísticas. Sin muchas pistas en donde encontrarlo, conoce a una adolecente con la que entablará una amistad que sin querer lo conectará con Nico.

Acuña al igual que sus personajes creció pero sigue comprendiendo el universo juvenil como en sus inicios más allá de los cambios que en él se produjeron. En La migración vuelve a concentrarse como en La vida de alguien en Guille, un personaje cercano a los cuarenta que representa todos aquellos conflictos existenciales que le preocupan, y agrega un personaje femenino que compone la increíble Paulina Bazán, dándole forma a una relación ambigua que conecta dos generaciones disímiles.

A diferencia de sus trabajos anteriores, La migración no es una película despojada, sino todo lo contrario, hay una mayor búsqueda estética como narrativa, con una historia mucho más clásica por detrás, donde la lealtad no es un valor un desuso y la ausencia no puede ser reemplazada pero si sus heridas cicatrizadas.

Un rol fundamental vuelve a cumplir la música, con canciones que parecen arrancadas del corazón de la película. El director de fotografía Fernando Cobián entrega un trabajo de composición plástico bellísimo, con una textura que le sienta de maravillas a un universo tan melancólico como juvenil.