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Crítica de "Los Huesos", una inmersión animada en la historia chilena de Cristóbal León y Joaquín Cociña
Cristóbal León y Joaquín Cociña vuelven a indagar, a través de la animación para adultos, sobre la historia reciente de Chile, para así narrar un hecho terrorífico relacionado con el autoritarismo y el poder de la oligarquía.
En Los Huesos (2021), galardonado con el Premio Orizzonti al Mejor Cortometraje en el Festival de Venecia de este año, el Premio de la Crítica en la Sección Oficial del Festival de Sitges y presentado en la competencia latinoamericana del Festival de Mar del Plata, el binomio de directores de La Casa Lobo (2018) plantea en el inicio, como si se tratáse de un (falso) documental, que las imágenes que se verán son parte de lo que fuera la primera película en stop-motion del mundo realizada en 1901 y reconstruida en 2021, año en que se redacta la nueva Constitución.
El entramado narrativo muestra la representación de un ritual satánico con huesos humanos. Una niña invoca los espíritus de dos secretarios de Estado condenados, Diego Portales y Jaime Guzmán, figuras centrales en la construcción del Chile autoritario y oligárquico. Protagonizado por Constanza Nordenflycht, la joven que a los 15 años inició una relación con Diego Portales, con quien tuvo tres hijos sólo reconocidos por el Estado tras la muerte del político en 1837, el corto imagina el desentierro de las dos figuras históricas como elocuente metáfora de aquellos que pretenden traer el pasado de nuevo mientras se arraigan a la vieja Constitución.
Con producción ejecutiva de Ari Aster (Midsommar, Hereditary), Los Huesos resulta una inmersión cinematográfica, tan bella como perturbadora, a la historia reciente de Chile. Una sucesión de aterradoras y oníricas imágenes en blanco y negro, acompañadas de un extraordinario trabajo sonoro, que tienen la clara intención de incomodar al espectador para interpelarlo sobre su rol cívico en la construcción política de la Nación.
