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Crítica de "Tick, Tick... Boom!", el vertiginoso ritmo del ahora volviéndose ayer

Dos trayectorias paralelas, la del descendiente de boricuas Lin-Manuel Miranda y la de Jonathan Larson, son el motor de esta película que lleva al mundo del cine el musical "Tick, Tick... Boom!" (2021), adaptación hecha del monólogo rock original que Larson tituló "30/90" y en el que contaba su frustración por no conseguir alcanzar su sueño de estrenar sus obras en Broadway, mientras el tiempo pasaba inexorablemente hacia su propia muerte.

miércoles 24 de noviembre de 2021

Ambos, ganadores del Premio Pulitzer y de varios Tony, pero con una diferencia, que Larson falleció la noche anterior al estreno en Broadway de Rent, su musical rock basado en La Bohème de Puccini llevado al Nueva York de los 90. Su sueño se hizo realidad, la obra estuvo 12 años consecutivos en cartel, aunque él no pudo llegar a verlo. Así comienza la película de Miranda, con el éxito de Larson y la tristeza por que este fuera póstumo.

Desde el primer instante, Miranda nos captura en dos trampas: la de la impaciencia, el sentir constantemente el tic tac del reloj que nos mantiene hiperactivos y con la energía en su punto máximo durante todo el desarrollo; al mismo tiempo, nos hechiza con la ilusión, transformada en necesidad imperiosa, de cumplir un sueño. Todo esto, logrado gracias a la eufórica, brillante y viva interpretación de Andrew Garfield.

Esta historia llega directamente a lo más hondo porque es algo que todos hemos sentido en esta sociedad donde el ahora rápidamente es ayer, que nos esclaviza desde niños al atarnos a un reloj y donde el cumplir los sueños puede pasar rápidamente de ser el motor que nos da fuerza para luchar a ser una tiranía impuesta por reacción al realismo de nuestros padres.

Dos maneras extremas de ver la vida que Larson nos presentaba en la canción que daba nombre a su musical, "30/90": por un lado, la de Peter Pan y Campanita, que no quieren salir de Nunca Jamás y seguir siendo niños para siempre; por otro, la de Dorothy, que se deja fascinar por los colores de Ciudad Esmeralda buscando al Mago de Oz, para darse cuenta de que solo quiere regresar a Kansas, a la realidad. Una dicotomía que la ficción siempre nos presenta como enfrentadas; o soñamos, o tenemos los pies en la tierra. "¿Cómo puedes remontarte si estás clavado al suelo'", nos dice en "Johnny Can't Decide"; composiciones todas tan llenas de realidad que todos sentimos como nuestras.

Acostumbrados a este enfrentamiento continuamente en la ficción, nos dejamos llevar por la historia de Larson, esperando asistir a una historia más de superación que, eso sí, está llena de hermosas imágenes como la de las baldosas de la piscina transformándose en pentagramas que llevan al protagonista hacia la Ciudad Esmeralda de su canción final, o las composiciones musicales llenas de vida y de nuestra propia historia. Y es entonces, cuando estamos más confiados, cuando llega el Boom.

Esa explosión sacude la historia y rompe con el tópico de la gran oportunidad, del toque de suerte que se une al talento natural para hacer triunfar al personaje. Se rompe el hechizo y ese cuento que siempre nos han contado de que "si lo quieres con todas tus fuerzas, se hará realidad" nos estalla en la cara. Los sueños no están hechos de polvo de estrellas ni vulgaridades semejantes, están hechos de esfuerzo, de renuncias, de obcecación. Y a veces los sueños cambian, como todos cambiamos; se pude cambiar de sueño, darte cuenta de que eres "un actor mediocre" y realmente tu sueño es tener a alguien a tu lado, como le ocurre a Michael. O hacer lo que más te gusta sin importante quién lo vea, como le pasa a Susan. Y no pasa nada.

Miranda y Larson conocen el secreto del éxito, y quieren compartirlo. El talento es importante, el esfuerzo es fundamental y la suerte es definitiva. Pero lo que realmente da valor a nuestra vida es el camino y las personas que nos acompañan en él, no el lograr o no lograr un objetivo que, muchas veces, ni siquiera responde a nuestros verdaderos deseos. El éxito es buscarlo y luchar por ello, viviendo cada instante, independientemente de cuál sea el resultado.

Al igual que en la vida de Larson, a Garfield le acompañan su novia en la ficción, Alexandra Shipp (Susan), su mejor amigo desde la infancia, Robin de Jesús (Michael) y el resto de un talentoso reparto que realizan una puesta en escena impecable, y nos llevan de nuevo a esos años 90 marcados por el SIDA que, más que una enfermedad, era una sentencia de muerte. La pérdida, la sensación del tiempo que se escurre entre las manos, es dolorosa, pero, rodeados de tanto talento y sinceridad, Larson y Miranda consiguen llegar al equilibrio y hacer que deseemos conservar este tesoro para volverlo a visionar una y otra vez.

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