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Crítica de "Medium", Edgardo Cozarinsky y la lección de piano

En el regreso al cine de Edgardo Cozarinsky (Guerreros y cautivas, Carta a un padre) con "Medium, un retrato de Margarita Fernández" (2020) hay un intento por asir el tiempo cinematográficamente partir de las anécdotas de la célebre pianista a la que analiza, pero también el de construir una película testimonio de las últimas décadas políticas y sociales en Argentina.

miércoles 06 de octubre de 2021

La principal virtud de esta propuesta, como lo hizo en su momento Mujer nómade (2018) de Martín Farina, con Esther Díaz, es evitar el bronce y el homenaje, utilizando a sus figuras objetos como vehículos vitales para hablar de temas que las atraviesan, pero también al espectador, y que evitan caer en lugares comunes para reforzar esa premisa que derriba prejuicios e ideas preconcebidas, sobre qué debería hacer una persona al entrar en su adultez.

Y a diferencia de aquella potente épica sobre una de las pensadoras más lúcidas de este país, aquí Edgardo Cozarinsky, además, habla, de la vida política y social de los últimos 50 años reconstruyendo desde la oralidad, y la inclusión de viejos archivos, un tiempo que no volverá y que en las largas sesiones de piano fueron diluyéndose.

Además, hábilmente, la enfrenta ante un selecto grupo de personajes de su cotidianeidad, los que, además, van desentrañando el pasado y el presente de una mujer que supo ser parte de la vanguardia estética de Argentina y que hoy reparte su tiempo entre grandes charlas sobre Johannes Brahms, La reina Cristina y Greta Garbo, y reflexiones sobre los espacios que habitó y habita en la actualidad.

Cozarinsky es un esteta, y logra aunar no sólo la paleta de colores de la historia con los personajes que presenta (donde predominan colores cálidos y derivados del marrón), sino que habilita una construcción cinematográfica exquisita desde una cuidada puesta en escena, donde, siempre, Fernández está en el centro, potenciando su imagen y belleza.“

En mi barrio había pocos cines, pero uno estaba cerca y desde casa se escuchaban los timbres anunciando las diferentes secciones”, menciona la artista, y el realizador envuelve esas palabras con el recorrido, cámara tras ella, de la mujer por galerías céntricas en donde todo conecta con el momento de la palabra.

La imagen, bella, exultante, excelsa, delimita, además, el tempo narrativo, el que prefiere evitar detenerse en algo, salvo cuando con sus manos Fernández despierta el piano, y dar saltos en la progresión dramática, para, así, reconstruir poéticamente el pasado de la artista y el de Argentina, también.

Ya en una de las primeras escenas, en donde la artista juega con un pañuelo azul sentada en las raíces de un inmenso árbol, se sientan las bases de un relato que evita caer en lugares comunes, que suma un preciosismo en cuanto a puesta y encuadres, y que se vale, del recuerdo y el paso del tiempo, como principal motor para conmover, a partir de la semblanza de una mujer que se mantiene activa y que ha hecho del culto a lo bello una manera de vivir. Y así la presenta el director, en un relato hermoso por donde se lo aborde, entrañable y que tiene mucho de inspirador para otras generaciones.

9.0
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