“El despenador” forma parte del Festival Internacional de Cine de las Alturas

Miguel Kohan y su viaje por el norte descubriendo los secretos de la muerte

“En tiempos de pandemia hay que defender la experiencia del cine y a conciencia, porque allí se genera una posibilidad de interpelarnos sobre los puntos ciegos de la experiencia de una manera diferente a otras”, menciona en exclusiva a EscribiendoCine.

Miguel Kohan y su viaje por el norte descubriendo los secretos de la muerte
Miguel Kohan
Miguel Kohan
martes 05 de octubre de 2021

Participando de la Competencia Internacional del 7 Festival Internacional de Cine de las Alturas, que hasta el 10 de octubre se desarrolla de manera presencial y online en Jujuy, El despenador (2021) de Miguel Kohan, marca su ingreso al mundo de la ficción tras haber desarrollado su carrera en el cine documental, siguiendo los pasos de un antropólogo tratando de corroborar una creencia arraigada en el norte argentino. El despenador, se verá en www.cinedelasalturas.com.ar el 7 de octubre.

¿Cómo conociste la historia de El despenador?
Me llegó mientras estaba de rodaje de Salinas Grandes, allá por 2003, 2002, en ese momento fue cuando me encontré con la historia, contada por alguien del lugar, e inmediatamente cuando la escuché sentí que era algo que debía ser contado cinematográficamente, llevado al cine, conocido, transmitido. Con el tiempo vi que es un personaje sobre el que no se habla mucho, en ese momento no había mucha información, por lo que me parecía muy atractivo, principalmente por la creencia que existe que la muerte puede ser contagiosa.

¿Cuándo decidiste que la película iba a tener este formato tan lábil entre ficción y documental?
Es algo que pienso mucho, entre esta pseudofrontera, de hecho doy una clínica que se llama “Clínica de un cine sin nombre”, aludiendo un poco a esta cuestión. Yendo a lo fáctico de la experiencia del cine en sí misma, la película la fui haciendo mientras la caminaba, mientras yo viajaba la iba incorporando a una narrativa imaginaria que yo tenía en algún lugar de mi cabeza y se terminó de conformar en el montaje, yo sabía que en lo que iba rodando había cosas documentales y otras ficcionales, todo se terminó de “cocinar” en el montaje, y en una prueba que hice, vi que esa construcción entre ficción y documental se podía sostener, coherentemente y con una magnitud psicológica importante que sostiene la película.

¿Cómo seleccionaste al protagonista y qué trabajo hiciste con Rubén?
Lo conocí gracias a un amigo en común en Jujuy, donde me invitaron a dar esta clínica que mencionaba antes y proyectar El Francesito y me lo presentaron, sabiendo que estaba con interés de avanzar con El Despenador. Rubén me causó muy buena impresión, me parecía que tenía particularidades, un actor fuera de lo común, con una identidad que no se parecía a la de nadie y eso me cautivó, personalmente y en lo actoral. Después hubo que trabajar de ver cómo desarrollar el personaje, el antropólogo, y eso fue apasionante. Fui a investigar en diferentes momentos del año, investigar distintos rituales que se dan en la puna, y que tal vez que en lugares más urbanos son conocidos, pero en lugares más pequeños, como la celebración de la Virgen de la Candelaria, se mantienen en un plano casi familiar, y eso decidí compartirlo con Rubén y decidí filmarlo, porque nunca se sabe, y eso dio en el blanco porque esos materiales son frescos, eso de él involucrándose en los rituales, se ven con un verosímil muy fuerte, y así fuimos construyendo el perfil de este antropólogo, el tono de su voz, su mirada, sus ambigüedades, dudas y sus impactos frente a aquello que se iba confrontando, porque para él esto era muy nuevo, y nunca mejor que la sorpresa y registrarla. Desde la presentación con Rubén a realizar la película, pasó mucho tiempo. En esa segunda instancia accedí a un casting, y la primera persona que apareció fue él y ahí confirmé y corroboré lo que ya había “visto”. Es decir que lo conocí por mi amigo, y por el casting, y ese tiempo sirvió para tomar la decisión de que él era la persona indicada.

¿Cuánto duró el rodaje?
Tuvo dos partes, una que podría llamar “la vinculada a la ficción misma”, que fue la última y otra previa que fue parte de la investigación de campo sobre el lugar, el despenador, la zona, la geografía, la música, la forma de hablar, elementos que hacen a la cultura del lugar, necesariamente hubo que investigarlos e incorporarlos al alma de la película, entonces hubo diferentes instancias el rodaje, no fue único, hubo uno de tres semanas, el ficcional, pero también hubo otros, interrumpido por la pandemia, y las experiencias previas de las festividades en las que íbamos a rodar y nos involucrábamos en ellas con Rubén.

¿Qué fue lo más difícil de él?
Hubo un momento, que no sé si llamarlo difícil, pero fue impactante porque estábamos rodando una ficción y a medida que la pandemia se acercaba y en los noticieros había más tiempo sobre este tema, empezó a pasar algo interesante porque estábamos rodando una película sobre la idea del despenador, que la muerte puede ser contagiosa y estábamos viviendo alrededor una situación que tenía que ver con un contagio, por lo que hubo un momento en el que la ficción y lo que estábamos experimentando fuera de ella estaban en diálogo, con una frontera muy finita, muchos dicen que la pandemia parece de película y yo lo viví rodando una película, y eso fue realmente algo muy impactante y una coincidencia muy importante.

Hay algo de Kiarostami , de Panahi, de mostrar el mundo por la ventana del automóvil que potencia el relato, ¿cómo tomaste esa decisión?
El auto siempre lo visualicé como un protagonista importante de la película, son esas decisiones que a veces no podés explicar por qué, pero tienen que estar, el protagonista tenía que tener el auto que tiene porque no sólo lo acompaña en el viaje sino que se identifica con él, por eso me parecía que era un protagonista más de la película. Me parecía que era un espacio, el del auto, que además de permitirnos desplazarnos, y de hacer una crónica de viaje, que es algo que me gusta mucho, creo que había un diálogo entre el auto, el mundo imaginario del antropólogo, el viaje, el espacio donde se podían anudar buenas cosas y un buen motor para la narración y la película.

El tiempo, que parece ser siempre el mismo en la narración, se va modificando por el ingreso a hoteles de Raymundo, ¿cuándo entendiste que esta transición serviría para estructurar la historia?
La película tiene algo atemporal, por los personajes, los lugares, que nos distancia del aquí y ahora del tiempo, involucrándonos en profundidad en otros temas, y en este viaje que inicia Raymundo, el hotel era un lugar, en donde iba a mirar sus registros de investigación durante el día, que los veía a la noche, poniéndolo en otro tiempo y espacio sobre su experiencia, sus registros, lo que escuchó, vio, en todos esos materiales, y se ubica en otro plano, en otra dimensión, que amplía su mirada, reconectándose con aquello que él estaba investigando y viendo cómo le repercutía.

La película ya pasó por BAFICI, ahora Alturas, ¿sensaciones de poder mostrarla en salas y pantallas en tiempos de pandemia?
Es el tema, a mí me gustaría que las salas continúen, si es en lo posible, como antes, creo mucho en la experiencia compartida, más allá que quien esté al lado tuyo sea conocido o no, en tiempos de pandemia hay que defender la experiencia del cine y a conciencia, porque allí se genera una posibilidad de interpelarnos sobre los puntos ciegos de la experiencia de una manera diferente a otras. Te podés detener, estas en esa sala oscura durante todo el tiempo que te pide la película que la veas es incomparable.

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