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Crítica de "El olvido que seremos" y el clasicismo de Fernando Trueba en la Colombia de los años 70 y 80

Los cineastas españoles Fernando y Davis Trueba llevan al cine uno de los libros más exitosos de la literatura colombiana de los últimos años, la novela homónima de Héctor Abad Faciolince, dedicada a su padre, médico y activista colombiano que luchó por la sanidad pública hasta que finalmente fue asesinado.

jueves 23 de septiembre de 2021

Con más de 300.000 ejemplares vendidos en español y haber sido traducido al inglés, alemán, italiano, francés y otros idiomas, finalmente El olvido que seremos se convirtió en un largometraje, en las manos de los hermanos Trueba: Fernando en la dirección y David en la adaptación del guion.  

Héctor Abad Gómez fue un reconocido médico sanitarista, escritor, periodista, diputado y más, pero es especialmente recordado por su activismo en la lucha para mejorar la salud de los colombianos, creando la Escuela Nacional de Salud Pública en Medellín y sus denuncias ante el comité para la Defensa de los Derechos Humanos. Además, es padre y El olvido que seremos (2020) es una especie de homenaje que su único hijo varón le realiza a través del bosquejo de un pintoresco retrato familiar. Este padre es un hombre asombroso, extraordinario, encantador, casi una bocanada de aire fresco en la Colombia violenta, retrograda y machista de las décadas del 70 y 80. Pero su historia también es la de un país, la de aquellos que quisieron revelarse contra las injusticias y fueron víctimas de la violencia. La Colombia de la crisis económica, la pérdida, las injusticias sociales, las diferencias políticas.

El olvido que seremos, que como la Roma (2018) de Alfonso Cuarón es la representación de una familia idealizada, comienza en Italia durante la década del 80 donde, a través de un rabioso blanco y negro, se nos presenta a un joven Abad Faciolince (Juan Pablo Urrego), estudiante de literatura, que recibe la invitación para asistir al homenaje que le realizarán a su padre en la universidad de Medellín luego de haber sido obligado a jubilarse. A su regreso, un flashback, producto de sus recuerdos, nos lleva a unos coloridos años 70 para conocer a Abad Gómez (Javier Cámara). Una época, según la óptica del hijo, idílica. con un padre tan amoroso como encantador. Una especie de antihéroe revelado contra el sistema, los dogmas y los paradigmas sociales. Como ya sucedía en la novela, Trueba nos da a conocer a la figura de Abad a través de la mirada de su hijo y este punto de vista nunca se corta (salvo durante el asesinato). Todo lo que se cuenta  es parte de como Héctor hijo construye en su memoria a Héctor padre.

Trueba eligió dividir la historia en dos periodos referenciados a través de un recurso estético tan obvio como efectivo: el color y el blanco y negro. Los colores estridentes son utilizados para retratar la inocencia de la infancia, mientras que el blanco y negro se presenta con la llegada de la adultez y con ella los conflictos. Ambos segmentos también difieren en el tono. El colorido se fue junto con la ingenuidad y los buenos recuerdos. Hay mayores contrastes, aparecen los matices y ya nada es tan lineal ni idílico. Ni en la vida ni en la película que narrativamente empieza a fragmentarse y a componerse de viñetas como los recuerdos de un hombre adulto. También la relación padre-hijo cambia, no se rompe, pero aparece la rebeldía característica de la edad y surgen conflictos. La política deja de estar fuera de campo para pasar a ser una pieza más dentro de la historia y la violencia deja de estar representada de manera implícita para explicitarse en todas sus formas y variantes.

El olvido que seremos, que como Roma recurre al uso (y abuso) de los planos secuencia a modo de coreografías corales para captar con cierto naturalismo la vida hogareña, sigue los lineamientos de las biopics y las películas de reconstrucción histórica, repleta de buenas intenciones, pero también de fórmulas probadas. Funciona, sí, pero carece de todo riesgo estético y narrativo. Un muy buen ejercicio de clasicismo cinematográfico.

7.0
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