Crítica de "Samba" y el sentimentalismo patético de Olivier Nakache y Eric Toledano

Omar Sy es Samba, un inmigrante senegalés que lleva diez años viviendo ilegalmente en París. Pierde su más reciente trabajo en un restaurant y regresa a un carcelario internado, donde conoce a la trabajadora social Alice (Charlotte Gainsbourg), quien se hace cargo de su caso. Alice es un personaje curioso. En realidad no es trabajadora social, sino una ejecutiva de clase alta a la cual se le ha recetado trabajo social para combatir su depresión.

"Amigos Intocables 2" se va perfilando. El plebeyo africano le enseña la alegría de vivir al burgués blanco, y a cambio el rico estabiliza las necesidades básicas del pobre. Alabado sea el sistema. Hay algo realmente deshonesto acerca de estos planteos, empezando por la analogía de que los problemas de Samba y Alice se parecen. No, no se parecen. Hay una brecha inconmensurable entre las clases sociales a las que pertenecen, y los derechos y las garantías de los que disfrutan.

La idea de resolver estas problemáticas enraizadas en la sociedad en un mero intercambio romántico resulta absurda, y este tipo de reduccionismo tiñe a toda la película con una ingenuidad de la que no se recupera nunca. Es un desperdicio de la interpretación de Sy, y de Gainsbourg también, que demuestra que puede ser tan graciosa como el guión lo demande.

Además de Samba y Alice, hay una “pareja beta”, formada entre Wilson (Tahar Rahim, un Russell Brand francés) y Manu (Izia Higelin, la colega cínica de Alice). El personaje de Wilson pretende ser una especie de relevo cómico pero sus intentos por relevar a Omar Sy resultan más desesperados que graciosos, como en la escena en la que hace un striptease en un andamio y todo el plantel de una oficina se pone a bailar al compás.

Samba puede engañarnos con escenas tiernas o graciosas entre sus protagonistas, pero el desarrollo de su planteo social es tan prepóstero que no le hace ningún favor a nadie – especialmente a su público.