Crítica de "Kate", acción a la japonesa con Mary Elizabeth Winstead

La heroína de esta película dirigida por Cedric Nicolas-Troyan no es otra que Kate, una asesina a sueldo que luego de un trabajo es engañada y envenenada con polonio, un mortal componente radioactivo que en un máximo de 24 horas terminará con su vida. Tiempo que le servirá para descubrir quien ordenó su crimen y vengarse de los autores intelectuales.

Qué Kate morirá al final no es ninguna sorpresa salvo que un milagro médico -que no existe- la salve de esa muerte anunciada. Y desde esa premisa parte una historia que se desarrolla en las últimas 24 horas de vida de nuestra heroína en una magnética y frenética ciudad de Tokio.

Kate es una combinación de géneros que no apunta a nada más que entretener con sus espectaculares escenas de acción, sangre y una serie de elementos traídos de la cultura japonesa, desde la Yakuza hasta las costumbres familiares, con encuadres típicos del cine de animé y una elegancia desmesurada para pasar de la violencia más explícita al melodrama sin escalas. Pero también, Kate es una vorágine visual con coreografías que impactan, aunque sin ir ahondar más allá de las capas externas dentro de un relato que daba para mucho más. Cedric Nicolas-Troyan apuesta a una estética visual pop que funciona más como un complemento de la trama que como parte de un todo.

Mary Elizabeth Winstead (Aves de presa), la protagonista junto con Miku Martineau y Woody Harrelson, resulta convincente en cada jugada y su elección resulta más que acertada. Su personaje, a pesar de un guion que no ahonda en nada más que la superficie, resulta, contradictoriamente, tan explosivo como empático y emotivo a la vez.

Kate es entrenimiento pochoclero y ese es su cometido. No esperen mucho más que una hora y media de pochoclos agridulce con una variedad de condimentos japoneses.