Crítica de "Playing Men", una exploración a las masculinidades a través de los juegos de Matjaž Ivanišin

En Playing Men (2017), el realizador realiza un ensayo audiovisual, colectivo y personal, sobre las masculinidades. La película comienza con una serie de escenas de lucha libre turca en un campo soleado, con hombres musculosos, untados con aceite. Un primer acercamiento a una serie de ritos ancestrales con mucho homoerotismo.

A continuación, se sitúa en un pueblo siciliano con un juego tradicional que sucede al lanzar un queso mallorquino por las calles de Novara di Sicilia. La presentación está cargo del sacerdote. Y así, sucesivamente, una serie de juegos funcionan como elementos que unen la condición humana en países lejanos. El lanzamiento de piedra balcánica que ya no se practica, o la morra, el enfrentamiento entre dos hombres, o uno frente a varios, siempre uno contra otro, tratando de adivinar el número de dedos que sacarán entre ambos al mostrar sus manos escondidas detrás de la espalda.

El quiebre de esta sucesión entrelazada de juegos se da cuando Ivanišin se graba a sí mismo, conversando con un amigo, sobre un partido de tenis entre Goran Ivanisevic y Patrick Rafter. La final de Wimbledon 2001 es narrada como una proeza épica, sin apelar a imágenes de archivo. Aunque sí se muestran vídeos del ganador cuando llega a su ciudad con la bienvenida de la multitud. Estas son las únicas escenas en las que aparecen algunas mujeres, un contraste que rompe las reglas de un documental que explora las expresiones y relaciones de la masculinidad a través de una ritualidad trivial y primitiva que pareciera servir como único refugio del ego masculino, o lo que queda de él.