Crítica de “Raw” la ópera prima de la directora ganadora de la Palma de Oro con “Titane”

Sucede que Raw (2016) articula el despertar sexual con el deseo carnal (sin metáforas) de Justine (Garance Marillier), una adolescente que ingresa a la universidad para estudiar veterinaria. Los estudiantes de ciclos superiores le hacen pagar "derecho de piso" por ser ingresante, hecho que acrecienta sus deseos bestiales por la carne cruda, expuestos de manera visceral en el film.

La directora francesa Julia Ducournau, que acaba de alzarse con la Palma de Oro en Cannes con su segunda película, no anda con vueltas ni preámbulos para mostrar los ribetes del asunto. La obsesión por la carne cruda desprendida de los cuerpos (de animales listos para las prácticas en la universidad primero, de las personas accidentadas después) se incrementa por ser vegetariana y por su despertar sexual. Una implosión incontrolable que se suma a la deshumanización experimentada en su educación superior, en una extraña mezcla entre Carrie (Brian De Palma, 1976) y Crash (David Cronenberg, 1996).

La relación nada compasiva con su hermana mayor (Ella Rumpf) y su vínculo con su compañero de habitación gay (Rabah Nait Oufella), no hacen más que exacerbar el trauma de la perturbada protagonista. El cine de Cronenberg es una preparación para sumergirse en este film que no es aconsejable para estómagos sensibles.

Raw tiene algunas intenciones polémicas como su efectismo provocador. Está claro que es un film que busca desde el primer minuto el impacto desde su tema e imágenes. Pertenece a un tipo de cine considerado basura en los años setenta y ochenta que el tiempo y el estilismo estético convirtió en arte en la actualidad. 

Pero también es indudable su capacidad para trasmitir emociones viscerales desde sus imágenes y sonidos, sensaciones que quedan grabadas en la retina y generan un abominable espectáculo caníbal que invita a repensar los límites de nuestra cultura.