Crítica de “Kala azar”, la ópera prima de Janis Rafa que incursiona en el instinto animal

Sin embargo, en esa propuesta por momentos atractiva y por momentos desconcertante, propia de un cine de observación, hay una búsqueda de trasmitir sensaciones.

El relato sigue a Dimitris (Dimitris Lalos) y su pareja Penélope (Pinelopi Tsilika) por un territorio rural, plagado de perros. En una suerte de road movie, los protagonistas viajan en una camioneta (donde también comen, duermen y hacen el amor) recolectando cadáveres de animales para incinerarlos y llevarle las cenizas a sus dueños.

La sensibilidad de la acción genera dos cuestiones: por un lado se compenetran con los animales y exploran ellos mismos su comportamiento instintivo (se bañan desnudos en un río, se curan heridas lamiéndose o orinando sobre ellas), mientras que por otro lado despiertan cierta empatía por los animales muertos como si fueran veterinarios de una ONG. La animalidad de los humanos y la humanidad de los animales se mezclan.

La escena más bella y desconcertante es sin duda alguna la orquesta tocando en el gallinero, al contraponer la melodía producida por el hombre y su cultura, en contraste con el sonido de las gallinas agrupadas expectantes.

Kala azar, también denominada fiebre negra, es una enfermedad infecciosa provocada por el parásito Leishmania trasmitido por la mosca de arena. Esta cuestión no explica e título de la película pero promueve el no espacio y no lugar que desarrolla el film. ¿En qué zona estamos? ¿En qué tiempo? ¿Estamos frente a un film post apocalíptico donde el ser humano trata de re vincularse con la naturaleza?

Las ideas de Kala azar (2020) están arrojadas en la película como las cartas sobre la mesa, el espectador puede tomar la que le guste y hacer sus propias interpretaciones sin que el film intente guiarlo hacia una dirección determinada.