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Crítica de “El último diariero”, documental de Ana Lamónica

Apelando a la nostalgia y la construcción de la figura del personaje que da nombre a la propuesta, Ana Lamónica logra traspasar la pantalla con el recorte de un universo silencioso.

Crítica de “El último diariero”, documental de Ana Lamónica
martes 01 de junio de 2021

Un mate con un toquecito de coñac, el humo del agua caliente tras el mostrador atestado de novedades, así presenta, con planos detalles e intimidad, la directora de El último diariero (2020) a Francisco, un hombre que tuvo como profesión nada más ni nada menos que la de canillita durante casi toda su vida, y la esquina de San Juán y San José como segundo hogar.

“No creo que un día no haya puestos de diarios, la prensa escrita no muere”, augura el protagonista, mientras una banda sonora con melodías de tango acompañan las rutinas del armado y desarmado del comercio, un espacio que según se jacta no ha sido traicionado en cuanto a su esencia, dado que sólo comercializa diarios y revistas, aun habiendo tenido la oportunidad y la oferta para vender otro tipo de productos.

Francisco rememora su vida, en un punto en donde la salud le juega malas pasadas, cansino, apocado, con alguna dificultad para expresarse y para andar, sabe, también, que la oportunidad que tiene de hablar a la cámara y de mostrar su realidad, servirá para inmortalizar su existencia y despertar el interés en una actividad comercial que trasciende su fin.

“Yo creo que me muero acá”, dice por allí, porque siente que también la hora está cerca, y la aguda mirada de la directora logra transmitir esa necesaria profundidad con sólo algún plano detalle, para que el espectador empatice con un protagonista, el que dedico su vida hacia los demás y se emociona con cada palabra que lee sobre su persona o gestos de amor y amistad que le dedican.

Lamónica contextualiza a Francisco, no está solo, ya que por ahí aparecen sus hijos, su orgullo, hablando también, de manera colateral, sobre una Argentina que en la movilidad de clases buscaba el trascender a generaciones anteriores, ofreciendo a la descendencia la posibilidad de alcanzar objetivos basados en la educación y el empoderamiento para salir adelante.

Son pocos los minutos que acompañamos a Francisco, pero es tal la potencia del mensaje que se transmite desde una narración simple, por momentos observacional, por momentos activa, que ya desde uno de las primeras escenas, en donde su hermano cuenta que lo ayuda a hacer el reparto porque si no “el último diariero” se muere, que dilucidamos cuál será el fin de la historia.

Diariero, amigo, padre, compañero, Francisco se convierte en un personaje más de la Ciudad de Buenos Aires, uno de aquellos pilares a los que siempre se acude en busca de refugio, alguna palabra reconfortante y el diario de cada mañana, y Lamónica traduce esa rutina y costumbre en una entrañable historia, en donde el sacrificio y la vocación, pueden más que el frío, el sueño y las horas robadas a la familia.

7.0
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