CINEAR y Salas - 8 Puntos

Crítica de “Moacir y yo”, Tomás Lipgot y una amistad que sana y salva

En una nueva entrega de la saga "Moacir" iniciada en 2012, Tomás Lipgot bucea en su propia experiencia con el personaje que supo registrar magistralmente en sus películas, el que, sin imaginarlo, terminó por salvarlo de su propia existencia aún tras su fallecimiento.

lunes 30 de agosto de 2021

Tomás Lipgot conoció circunstancialmente a Moacir dos Santos, en una institución psiquiátrica, a partir de allí lo adoptó como su musa, como su amigo, como alguien a quien podía acompañar, y en ese acompañamiento, también alimentarse de su felicidad y alegría para salir adelante él mismo. Esta revelación es el principal motor de una propuesta que por primera vez, ya sin Moacir, permite conocer detalles de un vínculo único.

Moacir y yo (2021), se presenta como una crónica de esta relación entrañable, que, en un punto, y a partir del fallecimiento de dos Santos, Lipgot viene a reemplazar esa ausencia con su propia presencia en la película, para, desde allí, construir un sentido relato en donde la biografía propia se asume como el disparador para hablar de cuestiones vitales para el ser humano como, la familia, la amistad, la alegría y la locura.

El realizador, como nunca, se desnuda en cuerpo y alma ante la cámara, relata sucesos que lo llevaron a “perderse”, de manera honesta y directa, y, además, cuenta cómo gracias a Moacir y su familia, pudo seguir adelante, aun cuando los fantasmas, ajenos, y propios, lo invitaban a perderse en su propio laberinto de oscuridad.

Las imágenes de las producciones anteriores, que tuvieron como protagonista al excéntrico cantante, se precipitan, los recuerdos son revelados en formas de escenas, pero también de testimonios, graciosos, dolorosos, tímidos, por parte de aquellos que rodearon y abrazaron a Moacir en su paso por el mundo.

Entre esos dos elementos, más la propia crónica y narración en off de Lipgot, sumado a imágenes fotográficas que se revelan ante el espectador sobre los últimos encuentros entre ambos, Moacir y yo, termina por fundar su propuesta, una cálida descripción de una amistad única, que tuvo su momento cinematográfico dentro y fuera de la pantalla y que trascendió, y aun lo hace, esa dimensión poco explorada sobre aquello que una producción puede generar en sus hacedores y objetos.

Allí, cuando Moacir y yo, revela el soporte y el detrás de escena de esa relación entre director y actor, es donde el cine se transforma en una épica catártica biográfica, en donde las vivencias personales cruzan la delgada línea entre ficción y documental, y en donde el cine, una vez más, refuerza su sentido salvador, en todos los sentidos.

8.0
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