Crítica de "Buenas noches Malvinas", de Ana Fraile y Lucas Scavino

La familia Bustos, compuesta por los padres Dalmiro y Elena, y los hermanos Javier y María Elena comparten sus experiencias durante la guerra cuando Fabián, el hijo y hermano mayor, fue a combatir a las islas. El dolor y la angustia que marcaron sus cuerpos física y psíquicamente se transforma en este film en relatos que buscan procesar y exorcizar las vivencias.

Son tres las variantes utilizadas por Buenas noches Malvinas (2020) para contar lo incontable: los rastros de la guerra en el relato de Fabián (narrado en off por Rafael Spregelburd) extraído de su libro Crónica de un Soldado, que se visualiza con las imponentes fotografías de paisaje de las islas en toda su dimensión, las entrevistas a los padres y hermanos que cuentan su visión de los hechos desde la impotencia familiar, y el grupo de teatro espontáneo de Dolores Naón, La silla, que busca mediante distintas performance extraer corporalmente aquello que no puede ser dicho en palabras.

A los distintos relatos mencionados se suma un programa de radio que buscaba trazar puentes entre familiares y soldados del mismo modo que los padres (de Argentina e Inglaterra) uniéndose para compartir anécdotas y dolores sobre sus hijos en combate, y el viaje de su hermano a las islas para tratar de reencontrarse con el periplo.

La película se carga de poesía y logra superar el dolor expresado para poner de manifiesto la necesidad de recuperar la memoria. De esta manera el hecho narrado funciona como un despertador al resto de la sociedad “parecían todos dormidos” relata Fabián en sus percepciones, que también debe buscar las formas de superar las heridas del conflicto bélico de su historia reciente.