CINEAR

Crítica de "Al morir la matinée", del uruguayo Maximiliano Contenti

Segundo largometraje de ficción en solitario del montevideano Maximiliano Contenti, quien como parte de su amor al cine de terror, ha elegido como uno de sus protagonistas nada menos que a su coterráneo (que vive en el exterior) Ricardo Islas, quien es sin duda el autor que inició y promovió este género en tierras charrúas. 

Crítica de "Al morir la matinée", del uruguayo Maximiliano Contenti
sábado 21 de noviembre de 2020

Luego de unas tomas aéreas de la ciudad de Montevideo, los primeros planos identitarios nos muestran la entrada de un cine ambientado a su época. Estamos en 1993 y la sala es el Ópera sobre la 18 de julio en pleno barrio Cordón, y a una cuadra de la mítica Feria de Tristán Narvaja. Pero lo que nos ocupa es un sedán hecho un cascajo. Adentro de él una figura irreconocible saborea lo que parece ser una “aceituna”. Ya no le quedan más en su gran frasco y pertrechado con su pilotón con capucha y un bolso, sale del vehículo y en plena lluvia torrencial se dirige a la boletería del cine. Saca su entrada y va ingresando en la sala, mientras –como sigue siendo una mala costumbre- el público ya está dejando el cine antes de que termine el rodante de la película que se exhibe. Están por ahí esperando un terceto de amigues, una extraña pareja, y una piba que viene a ver a su padre, el proyectorista de la sala, pero que en definitiva deberá tomar la posta y ser ella la que controle los proyectores para la última función de la noche.

El aforo de la sala es inmenso (en realidad se rodó en el interior de la ex Cinemateca 18), y son muy pocos los espectadores presentes para ver una de terror sobre el mito de Frankenstein y el monstruo. Y aquí se inicia ese doble juego que plantean el director por un lado y su guionista (Manuel Facal) por el otro. El hombre del bolso y la capa antes de entrar en la sala a oscuras, baja la cortina metálica de entrada al cine (la boletera ya se ha ido, Ana la hija del operador ya está trabajando en la cabina, el acomodador está dentro de la sala) y como nadie lo ve, rompe el sistema de eleve. Nadie puede salir de allí. Y ya anda deambulando entre las filas, e intuimos que buscando posibles víctimas.

Con el correr de los minutos de ambos films el susodicho no se anda con vueltas y entra a ensartar sus ganchos, metales y cuchillito, a todo aquel que pueda ofrecerle un apetitoso par de ojos. Es que este asesino es un coleccionista de ojos, pero no para dejarlos en una repisa, sino para guardarlos en su frasco e ir saboréalos de a poco. Casi nadie se salva de sus ataques: allí están la extraña pareja que se masturba, un viejo barbudo y cascarrabias, dos amigos y una chica que se la pasan hablando y uno de ellos quiere levantarse a una solitaria dama parecida a Brooke Shields, y también hay un gurrumín de unos 10 años, que ha logrado evadir al acomodador, y que se asusta de cada escena del film.

Veamos: Dado que el guion no tuvo muchas historias, anécdotas y peripecias que contar, más allá de alargar los lugares y situaciones comunes que se ven en este tipo de películas y los diálogos y relaciones entre los personajes no son muy convincentes; el director Maximiliano Contenti no disimula para nada su amor, su pasión e idolatría por el género de terror. Y hacia él está dedicado esta puesta en escena. Hay cuidado en encuadres, el manejo del color y la iluminación, el diseño de producción es muy preciso (acá se lleva las palmas la directora de arte, la porteña Cristina Nigro) y da con el tono ominoso. Y principalmente están muy bien resueltos y sorprenden los FX y el maquillaje especial realizados por un experimentado en el rubro, Cristian Gruaz. Si algo tiene que estar bien hecho en un film que mezcla el slasher y el gore, es justamente la puesta de arte y diseño.

No hay sensación de miedo, ni sobresaltos. Pero hay cierto humor –buscado o no- en varias escenas como en la que se confunden los gritos de las víctimas en el film proyectado con reclamos de los espectadores a la proyectorista. O cuando sale humo del cuello de un fumador recién degollado. O el recurso paralelo en distintos momentos entre unos caramelos de colores y los distintos ojos de colores que van rebotando por las escaleras.

Y para completar este homenaje (en donde algunas escenas y planos remiten a Darío Argento, Brian De Palma, John Carpenter, etc.) -y como dijimos al principio de este comentario- el malo, el monstruo, el asesino de la película es el realizador (no montevideano, pero sí de Colonia) Ricardo Islas quien ya a los 17 años había debutado con Posesión (1986). Pilar original del cine de género, Islas continuó realizando en fílmico, video o para televisión, producciones de este calibre: terror, thriller, gore, slasher. A mediados de los 90 es invitado seguido al Festival de Cine Latino de Chicago. Fue tal el shock de posibilidades laborales en La ciudad del viento que Islas se quedó a vivir allí y continuó con su labor y sus gustos. Lleva hechas más de una docena de películas en su gran mayoría rodadas en Chicago o alrededores del Estado de Illinois. En este film, Al morir la matinée (2020), exhiben Frankenstein: Day of the Beast precisamente una de terror dirigida por Ricardo Islas en 2011. Un ojo que ve, otro ojo que es visto. Ojalá le saquen punta al lápiz y si lo vuelven a clavar, que esta vez asuste y que la sangre llegue al cine.

6.0
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