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Crítica de "El diablo a todas horas", sin lugar para los débiles

Basada en la novela de Donald Roy Pollock, quien además participó del guion y narra la película, la producción original de Netflix se destaca por presentar un retrato sórdido de un pequeño pueblo de Ohio, ubicado en el corazón de los Estados Unidos, donde no hay personajes buenos en íntima relación con la devoción cristiana.

Crítica de "El diablo a todas horas", sin lugar para los débiles
jueves 17 de septiembre de 2020

El diablo a todas horas (The Devil All the Time, 2020) sigue la estructura de la novela, narrando de manera detallada los sucesos que llevaron al padre de Arvin, Willard Russell (Bill Skarsgård) a enloquecer en la segunda guerra y tomar decisiones desmedidas en su regreso. Avanzada la trama Arvin Russell (Tom Holland) es un joven solitario y violento con un cariño especial por su hermanastra (Eliza Scanlen). Cuando ella se entromete en conflictos con el nuevo Reverendo Preston Teagardin (Robert Pattinson) desata una venganza que parece no tener fin.

Como buena novela que traza un mapa (del pueblo y sus habitantes) la película describe a varios personajes colaterales: el policía Lee Bodecker (Sebastian Stan) y su hermana Sandy Henderson (Riley Keough) junto a su pareja Carl Henderson (Jason Clarke), la novia no merecida de Willard Helen Hatton (Mia Wasikowska) y su peculiar marido Roy Laferty (Harry Melling). Historias que, lógicamente, serán relacionadas entre sí.

La película de Antonio Campos (Hecho en casa) tiene la particularidad de narrar de manera convencional (al estilo Netflix, con cierto atractivo por la reconstrucción de época y los rituales del lugar) la historia de crímenes y tragedia social. Es curioso como esta narración clásica, agradable en la forma de presentar escenarios y personajes, se contradice con los oscuros hechos desarrollados. Hechos que aparecen, por ende, de manera sorpresiva e impactante, porque nada de la forma cinematográfica de presentarlos nos hace pensar en semejante devenir de los sucesos desarrollados.

Por este motivo El diablo a todas horas se siente como una película episódica, con grandes momentos: las escenas de Robert Pattinson poseído en ese personaje desagradable, las de Jason Clarke como el fotógrafo pervertido, las de Bill Skarsgård afectado emocionalmente en la guerra, etc. acrecentados por las actuaciones de su elenco que entiende a la perfección que deben construir personajes semi monstruosos. Son esas performances que le dan el aire siniestro a la película y no al revés.

La devoción cristiana de los habitantes del pueblo, llevada a limites casi imposibles (algo que la película asocia al espacio geográfico y a la época entre guerras pero que no explica con exactitud) brinda el límite humano/inhumano en que se mueven los personajes. Como si la fascinación desmedida con la religión virase de forma inevitable a un satanismo con sacrificios incluido. Algo que se siente forzado en el film al igual que el acento y costumbres de los feligreses.

Aquello que se vislumbra de mayor interés en la trama es el clima fatalista, la condena que marca el destino de los personajes, la cruz que recae sobre sus espaldas (varias imágenes de Cristo cargando la cruz se intercalan a lo largo y ancho de la trama), un hecho que libra al azar -trágico- sus caminos y hacen atractiva la historia. El sabor a desesperanza ronda el relato y la noción de justicia divina queda abierta a discusión.

7.0
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