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Crítica de "Parasite", de Bong Joon-Ho, casa tomada
Corea ha sido el territorio propicio para el nacimiento de un cine rico, diverso, pujante y ¡popular! como es el caso de "Parasite" (Gisaengchung, 2019), de Bong Joon-Ho.
Las películas (o una parte razonable de ellas) interesan y atraen al primer público al que apuntan, el local. En ese contexto, el ejemplo de Bong Joon-Ho es paradigmático: el director de The Host (2006) (enorme película estrenada en Argentina, con estrepitoso fracaso) y El expreso del miedo (2013) (destrozada por la mayor que adquirió sus derechos para todo el mundo; con lo que sólo pudo ser vista completa en Corea) es un autor con todas las letras y puede hacer un cine absolutamente popular.
Bong vuelve a su mejor forma con una muy oscura comedia familiar, cruzada por la lucha de clases. Claro que, como es habitual en Bong y mucho del actual cine coreano, los cambios de ritmo y tono, y los cruces genéricos son parte del paisaje habitual.
La deriva, con mucho de Casa tomada (o Los dueños, de Agustín Toscano y Ezequiel Radusky, por citar una película argentina premiada en la Semana de la Crítica), lleva a que una familia de clase trabajadora vaya ocupando todos los trabajos accesibles (o haciendo que lo sean) en la mansión de una familia acomodada.
Intriga, violencia, gore y mucho humor nos muestran una Corea en la que no todo lo que brilla es oro. El doble final, tan brillante como devastador.