Netflix - 6 Puntos

Crítica de "El hombre que mató a Don Quijote" y la locura de Terry Gilliam

Finalmente Terry Gilliam entrega su versión del Quijote de la Mancha tras 18 años de intentar llevarlo a la pantalla.

domingo 20 de mayo de 2018

La historia comienza con el rodaje plagado de conflictos que puede apreciarse en el documental Lost in Mancha (2002), que convierte a su película en uno de los tantos films malditos. Cuando filma esta versión aparece un problema legal que impedía su estreno. Por fin llega a la pantalla esta película cuya historia detrás termina siendo más rica que el film en sí mismo.

El hombre que mató a Don Quijote (The Man Who Killed Don Quixote, 2018) cuenta de alguna manera la odisea vivida por Terry Gilliam. Adam Driver es el director frustrado que, años atrás, comenzó el rodaje inconcluso de la obra del Quijote. Buscando los rastros de aquellas escenas filmadas da con algunos actores. El zapatero que convenció para encarnar a Quijote enloqueció por el rol y se encuentra dando espectáculos marginales regenteados por su mujer y convencido, de ser él la encarnación del personaje de Miguel de Cervantes. También da con la bella Dulcinea (Joana Ribeiro), el personaje femenino de la novela. En esa ficción, él mismo director se obsesiona con la historia y termina envuelto en la locura del Quijote como un Sancho Panza momentáneo. Se enamora de Dulcinea y entra en el código del texto e incluso su época.

Terry Gilliam demuestra que Don Quijote de la Mancha es una novela ideal para plasmar sus obsesiones como realizador. La realidad y la fantasía se mezclan con un alto grado de histrionismo que enloquece a sus criaturas. Sucede en Brazil (1985), El Pescador de ilusiones (The Fisher King, 1991) y en El imaginario mundo del Doctor Parnassus (The Imaginarium of Doctor Parnassus, 2009). Hay un personaje anclado a nuestro mundo (el cineasta que compone Adam Driver en este caso) y un personaje que utiliza la ficción como un pasaje a una dimensión fantástica (el Quijote que interpreta Jonathan Pryce). Este último proviene de la realidad pero en su representación y locura lleva a su compañero a su universo surrealista.

El hombre que mató a Don Quijote es abrumadora, sobrecargada de signos, mitos y simbología, barroca y con un ritmo frenético, agotador. Es la manera de Gilliam de introducir al espectador en su locura y, con ella, en la visión demencial del Quijote de la Mancha, o al menos, en su interpretación de la misma. Toby, el cineasta, se involucra cada vez más en la fantasía de la novela, vive el mundo a través de los ojos del Quijote y su locura. Accede a un mundo medieval con tópicos (los guardaespaldas por ejemplo) del mundo contemporáneo. En esa mezcla descabellada se asienta su película.

Una película que generó demasiada expectativas por la infinidad de problemas de su producción, que ahora parece no estar a la altura del aura creado. Sin embargo, cumple con los lineamientos del cine de Terry Gilliam, sigue su lógica discursiva y de representación. Pueden desmenuzarse sus múltiples referencias y toparse con una obra rica en significados. El hombre que mató a Don Quijote se queda a mitad de camino pero entrega otro paso más hacia la locura. No del Quijote, sino de Gilliam.

6.0
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