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Crítica de "Ready Player One: Comienza el juego", de Steven Spielberg, el pop en los tiempos del internet

La nueva película de Steven Spielberg se basa en la novela homónima de Ernest Cline, publicada en 2011 pero hecha mayormente a base de la cultura pop de los 80s, década que está de moda para recordar de manera intachable y nostálgica.

Crítica de "Ready Player One: Comienza el juego", de Steven Spielberg, el pop en los tiempos del internet
lunes 26 de marzo de 2018

Ready Player One: Comienza el juego (Ready Player One, 2018) es una frase que solía aparecer en las pantallas de los arcade, titilando unos pocos segundos entre que el jugador se despedía de sus monedas y el instante en que apretaba el botón de inicio. La frase indicaba, cual cajero automático, que la transacción había sido registrada y ya se podía jugar. Ni bien empezaba el juego la frase desaparecía. Es una frase emblemática porque no recurre en ningún otro sitio, y no puede ser una coincidencia que se elija un título de estas características.

El propio Spielberg fue uno de los máximos contribuyentes al panteón pop de la época, inventando un público joven que al día de hoy se desvive por conmemorar su infancia. Si en eso se resumiera Ready Player One: Comienza el juego - nostalgia manufacturada - la película sería un esfuerzo simpático y ahí quedaría.

Pero la obra trata tanto sobre la cultura pop como la celebración en sí misma de dicha cultura, un tema tan actual como el efecto del internet en el colectivo humano. Internet como una colosal corriente de pensamiento o conciencia hecha a base de referencias miméticas y sabiduría inútil, una especie de más allá celestial (o infernal) para todo lo que alguna vez fue popular.

Ready Player One: Comienza el juego es la escenificación indulgente de aquel purgatorio. El xenomorfo de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) sale del pecho de Goro de Mortal Kombat (1995). Godzilla lucha contra un Gundam. El Gigante de Hierro se cruza con Terminator. Una carrera de autos tiene al T-Rex de Jurassic Park (1993) y a King Kong de obstáculos.

El torrente de referencias e “invitados especiales” es constante - esencialmente Spielberg crea un mundo en el que los íconos pop coexisten más allá del contexto que los hizo populares, así como Robert Zemeckis hizo con sus caricaturas en ¿Quién engañó a Roger Rabbit? (Who Framed Roger Rabbit, 1988). El propio Zemeckis es homenajeado varias veces, nunca mejor que cuando se introduce el Cubo Zemeckis, capaz de retroceder el tiempo unos 60 segundos.

En un futuro cercano toda la población mundial participa de una realidad virtual llamada OASIS, esencialmente una especie de “Matrix” a la que la gente se conecta, en teoría para competir en distintas actividades, en la práctica para llevar una segunda vida de ocio sin consecuencias. El hecho de que pueden utilizar cualquier personaje de cualquier medio animado o digital como avatar es la excusa perfecta para meter cualquier cantidad de cameos. Cuando el creador de OASIS muere deja tres objetos escondidos detrás de consignas crípticas: quien los encuentre se convertirá en el dueño del mundo virtual.

La trama opone al joven huérfano Wade Watts (Tye Sheridan) y sus amigos contra una corporación desesperada por obtener control total sobre OASIS, amalgamando un poco de todas las aventuras similares que ha dirigido Spielberg. A la que más se parece es a Indiana Jones y la última cruzada (Indiana Jones and the Last Crusade, 1989): el bando de los buenos compite con el bando de los malos por apoderarse de lo que se describe como el Santo Grial en no menos de tres pruebas, y lo que los buenos no poseen en cantidad o tecnología lo compensan con humor y pensamiento lateral. Hasta la banda sonora de John Williams se recicla libremente en situaciones análogas. Los jóvenes héroes son serviciales y descartables, y el costado más humano de la película se lo da Mark Rylance mediante un personaje póstumo.

Cualquier película en la que una narración en off promete “un mundo donde el límite es la imaginación” está destinada a decepcionar un poco, y la totalidad de Ready Player One: Comienza el juego no se encuentra a la altura de sus partes más inspiradas (la mejor una secuencia en la que los héroes penetran el film El resplandor (The Shining, 1980) y recorren los pasillos de un Hotel Overlook impecablemente recreado).

Más allá de las cavilaciones de la trama - los mecanismos del mundo del futuro no resisten lógica o análisis - la película no parece tener opinión sobre los peligros o beneficios de una realidad virtual que lentamente reemplaza y canibaliza la realidad terrenal. Se repite varias veces a lo loro “Lo único real es la realidad” como si la frase tuviera sentido inherente y dedica una mirada superficial a problemáticas que identifica pero desestima, como las cuestiones de identidad y discriminación. De hecho la película elije ignorar un montón de conflictos latentes en las vidas digitales de hoy en día o imaginar cómo un mundo digitalizado en un 100% las ampliaría o contendría.

Se puede tachar a Ready Player One: Comienza el juego por su potencial desperdiciado e historia reduccionista. Pero aún entonces resta considerar a la película - una aventura entretenida, simpática y gentil como sólo Spielberg es capaz de conjurar - como un raro producto de su tiempo, inspirada tanto en fórmulas genéricas como en la actualidad cultural. Queda en cada uno reír o llorar ante una ilustración tan acertada de lo que es la cultura de internet: fanática, inatenta, rauda en alabar o condenar, hambrienta de inclusión y obsesionada por reconocer y ser reconocida. La ironía máxima es que el villano (Ben Mendelsohn) es un adulto cuyos intentos de congraciarse con el joven héroe citando trivia pop son denunciados por deshonestos. Como si Spielberg estuviera haciendo otra cosa.

8.0
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