La paradoja Netflix

The Cloverfield Paradox

A medida que vamos penetrando el extraño nuevo mundo en el que Netflix no sólo distribuye películas y series sino que también las crea vamos aprendiendo a discriminar entre dos tipos de “Netflix Original”. En el mejor de los casos auspicia a genios como Martin Scorsese o David Fincher, atraídos a la plataforma sin duda por la promesa de carta blanca. En el peor de los casos se trata de una estafa exóticamente disfrazada: no hay un arquitecto detrás, el producto se cae a pedazos, la síntesis de una sesión de “brainstorming” sin pies ni cabeza.

The Cloverfield Paradox
miércoles 07 de febrero de 2018
Tal es el caso de The Cloverfield Paradox (2018), una película tan anodina que atribuir a los guionistas Oren Uziel y Doug Jung otra cosa que el concepto de una historia sería un cumplido. Es como si el director Julius Onah hubiera filmado un tratamiento vago y difuso de una trama cuya existencia es pura adivinanza. Como si el objetivo hubiera sido producir algo de lo cual se podrían extirpar los cortes necesarios para confeccionar un tráiler llamativo.La película es una libre fantasmagoría de escenas sacadas de Alien, el octavo pasajero (1979), El enigma de otro mundo (The Thing, 1982) y Event Horizon (1997), ninguna al servicio de una trama coherente y totalmente vacías de personalidad o significado. Las escenas iníciales cultivan un elemento sorpresa que jamás rinde frutos. El resto de la película depende exclusivamente de cuánto beneficio le dé el espectador a la duda de si en algún momento va a ponerse buena o no.La trama sigue a un grupo internacional de astronautas a bordo de la estación espacial “Cloverfield” con la misión, vagamente esbozada, de resolver la crisis energética de la Tierra y frenar la próxima guerra mundial. Un accidente inter-dimensional borra a la Tierra del mapa y cataliza una serie de momentos bizarros que por sí solos podrían ser confundidos por horror pero como no siguen ninguna lógica carecen de peso o suspenso. Los astronautas no poseen otra personalidad que la banderita que llevan en sus brazos y se toman cada calvario tan casualmente que parecería que no se está sumando el efecto de cada escena.La protagonista designada, completa con un trauma genérico como quien agrega fritas al pedido, es Ava (Gugu Mbatha-Raw); inútil distinguir a sus compañeros, salvo por la inquietante intrusa interpretada por Elizabeth Debicki. Pero incluso los estereotipos como el inestable que traerá problemas a futuro o el relevo cómico se sienten desempeñados con desgano y no generan ni alivian tensión. Para colmo cada tanto la película actualiza una subtrama irrelevante en la que el esposo de Ava habla por teléfono en la Tierra. Presentimos que estas partes, como las del consternado Sean Bean en Terror en Silent Hill (2006), sólo existen para brindar un giro obligatorio al final.Lo poco que se puede rescatar de la película sale de ideas más que nada simpáticas (la estación está equipada de impresoras 3D, por ejemplo, por si alguien quiere imprimirse el desayuno o una pistola). A veces la atonalidad de la película roza el humor absurdo, como aquella escena en la que un hombre intenta razonar con su propio brazo desmembrado. Y la consigna de dos dimensiones desestabilizándose mutuamente significa que hay un grado de lo impredecible en juego, aunque la ausencia de reglas termina socavando la tensión.Hace 2 años se estrenaba Avenida Cloverfield 10 (2016), cuyo misterioso título amagaba una conexión con la misteriosa Cloverfield (2008) aunque en síntesis ambas tenían la continuidad de dos episodios de “La dimensión desconocida”. Avenida Cloverfield 10 en particular es un excelente thriller, fundado en la fatalidad de la incertidumbre y dinámicas humanas cambiantes y problemáticas. Quizás la decepción es doble a la zaga de algo tan genuinamente sorpresivo y creativo. The Cloverfield Paradox es una penosa excusa de cine y un desperdicio de buenas ideas que como mucho puede aspirar a iniciar un ciclo de culto a su ineptitud.
4.0
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