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Crítica de "La Bruja", la ópera prima de Robert Eggers

Dada la cornucopia de películas de terror que acapara los cines a lo largo de todo el año – la mayoría de las cuales son productos del comensalismo, por siempre alabando los mismos cinco clásicos de culto y muriendo en su sombra – es un placer dar con una película que se juega por una visión original. Y raro hallarla bajo un nombre tan genérico como "La Bruja".

Crítica de "La Bruja", la ópera prima de Robert Eggers
domingo 03 de abril de 2016

La historia sigue a una familia puritana a principios del s. XVII en la bucólica “Nueva Inglaterra” estadounidense. Exiliados de su comunidad (por “orgullo”), se alejan de todo atisbo de civilización y terminan asentándose en las afueras de un ominoso bosque. Son siete: el padre, William (Ralph Ineson), su esposa Katherine (Kate Dickie) y sus cinco hijos. Por un tiempo son felices y la granja prospera, hasta que Thomasin, la hija mayor (Anya Taylor-Joy), extravía al bebé, el cual desaparece literalmente en un abrir y cerrar de ojos. Es la primera de varias desdichas.

La singularidad de La Bruja (The witch, 2015) es que, a pesar de su contenido sobrenatural – el cual se evidencia ipso facto –, la maldad parece ser endémica en la familia, y “la bruja” es poco más que un recurso para detonar una red de interrelaciones enfermizas que se haya reprimida en el fondo. A medida que las desgracias se suceden, los personajes se van echando la culpa en base a sentimientos de celo, bronca, odio y anhelo sexual. Los padres descargan sus frustraciones en los niños, y los niños se descargan entre sí. De entrada asumen que la bruja es una amenaza interna en vez de externa, y el verdadero terror mana de la lenta perversión del núcleo familiar.

Lejanas las camaritas digitales y su accidentada estética, la película hace gala de la antigüedad de su historia – inspirada, supuestamente, en el supersticioso folclore de la época – con una puesta en escena pictórica, iluminada con el sol de día y a la luz de velas de noche. Varios planos remiten directamente a las pinturas negras de Goya, cuyo macabro “Aquelarre” sin duda sirvió de inspiración para la historia. La banda sonora está constituida más que nada de silencios, y los diálogos han sido escritos en un inglés arcaico. El cuidado al detalle es impecable.

Una película inferior haría de “la bruja” un Coco mundano que embruja el montaje de la película, acechando en el fuera de campo, el contraplano súbito, la estridencia al final del silencio. Pero el film – ópera prima de Robert Eggers – es más subrepticio. Si bien hay momentos en los que se muestra de más – momentos en los que se revela demasiado y demasiado pronto – la fortaleza de La Bruja yace en la imprecisión del relato. Sabe que la ambigüedad de la maldad es lo que da miedo, que cuanto más vaga es su presencia y alcance, más atemorizante resulta. Incluso el final, que aparenta dilucidar el misterio de la película, no hace más que darle otra vuelta de tuerca más hacia la demencia.

En verdad, ¿hay algo más aterrador que la corrupción de la lógica? Los grandes filmes de terror psicológico tratan sobre anomalías que violan todo intento de raciocinio. Consideren El exorcista (The Exorcist, 1973), El inquilino (Le locataire, 1976), El resplandor (The Shining, 1980), El enigma de otro mundo (The Thing, 1982). Con La Bruja tenemos otro gran film hecho sobre el mismo tema, pero retratado de una forma original.

9.0
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