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Crítica de "El justiciero", McBain fuera de control

"El justiciero" (The Equalizer, 2014) se inspira en la homónima serie de televisión de los ‘80s, en la que un ex agente de cierta agencia de inteligencia llamado McCall ofrece sus servicios paramilitares a quien los necesite, usualmente gente de clase trabajadora. Denzel Washington es naturalmente la decisión de casting perfecta. Ha hecho carrera interpretando a obreros insospechadamente heroicos y de un coeficiente altruista sensacional, usualmente dentro de sus colaboraciones con Tony Scott.

Crítica de "El justiciero",  McBain fuera de control
viernes 19 de septiembre de 2014

El primer acto tiene atmósfera. McCall trabaja en una carpintería. Lleva una vida austera pero disciplinada, y todas las noches se lleva su libro y su saquito de té a una cafetería solitaria cuyo parecido con aquella famosa de Edward Hopper no puede ser una coincidencia. Allí conoce a una dama de la noche (Chloe Grace Moretz), de quien se hace amigo porque se da cuenta de que necesita uno. McCall la inspira a quererse a sí misma, y cambiar de vida.

Ahora entra la mafia rusa, que deja a la prostituta de hospital. McCall no duda mucho. Entra caminando al antro ruso, donde la cámara hace zoom a su ojo, el tiempo se congela y aniquila a todos los mafiosos presentes con un cuchillo, una pistola y un sacacorchos muy afilado. Es el comienzo de una larga serie de confrontaciones entre McCall, la mafia y los corruptos que la protegen, en un recorrido similar al de Hombre en llamas (Man on Fire, 2004) y El tirador (Shooter, 2007).

Para variar en algo, Washington tiene un némesis. La mafia rusa envía a Teddy (Marton Csokas), “un psicópata con una tarjeta de visita” que oscila a través de los estratos criminales de Boston en paralelo a McCall, anticipando una confrontación inevitable. Teddy es uno de esos villanos refinados que cuidan sus movimientos con narcicismo y resultan divertidos en la medida en que el actor se está divirtiendo. La película intenta construir cierto temor entorno a su personaje, pero es difícil sentir algo parecido al miedo cuando el bueno lleva una ventaja constante sobre el malo. No hay premio por adivinar cómo termina el duelo final.

Denzel Washington es una presencia fuerte como siempre, severo y discretamente burlón al mismo tiempo, y es un placer verle al frente de cualquier película, ya sea como héroe o villano. Pero resulta una decepción que 13 años luego de Día de entrenamiento (Training Day, 2001) el reencuentro entre Antoine Fuqua y Washington resulte en una película tan poco llamativa como El justiciero.

6.0
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