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Crítica de "Hacer la vida", de Alejandra Marino, historias cruzadas

Las vidas de diferentes personajes se entrelazan en una vorágine de secretos difíciles de ocultar. La nueva película de Alejandra Marino (Franzie) nos refleja la importancia de la toma de decisiones en la cotidianidad.

Crítica de "Hacer la vida", de Alejandra Marino, historias cruzadas
miércoles 08 de abril de 2020

En el 2005 llegaba desde Hollywood una película que despertó cierta polémica al ganar el Premio Oscar a Mejor Película. Vidas cruzadas (Crash, 2004), obra dirigida por Paul Haggis, no era la favorita en esos premios ya que Secretos en la montaña (Brokeback Mountain, 2004) tenía casi todas las fichas para ganar. Sin embargo, nos conmovió a la hora de contar una historia donde la moral, la angustia urbana y la discriminación formaban parte del día a día de los individuos y donde las decisiones están ubicadas como fichas de dominó a punto de tambalearse. Salvando la distancia, Hacer la vida (2020) nos propone un reto similar pero acá trasladado a un edificio de Buenos Aires y aquellos que lo habitan.

Con un elenco compuesto por tres resonantes nombres propios femeninos como Luisa Kuliok, Victoria Carreras y Bimbo Godoy, Hacer la vida nos presenta un cumulo de deseos tan ocultos como llamativos. Luci (Bimbo Godoy) quiere independizarse de su madre (Luisa Kuliok) y viajar al sur con Mike, su hijo que no emite palabras. La Rusa (Raquel Ameri) y Mercedes (Florencia Salas) se unen en busca de lo mejor para ambas. Gaby (Luciana Barrirero) quiere triunfar como bailarina mientras Mariano (Joaquín Ferrucci), su pareja, se prueba su ropa. Mónica (Victoria Carreras) quiere tener un bebé para que su vida tenga otro sentido.

Historias tan diversas, narradas de manera genuina, guiadas por el propósito íntimo de cada personaje. Historias tan diversas, sin profundidad, envueltas con una burbuja de sensaciones (y reacciones) inverosímiles. Si bien el objetivo de la historia se sobreentiende y ocasiona poderosas conjeturas con cada mujer y cada hombre de la pantalla, el relato pierde fuerza luego de la exposición del universo elegido para el relato.

Desde la primera instancia, uno quiere saber que más hay detrás de ese gesto, de esa palabra, de ese grito. Sin embargo, la intimidad, ese deseo oculto, se deja expuesto sin que quede margen para una mirada, un silencio que abrume o una inacción que inunde la pantalla de sensaciones. Todos los personajes se muestras estridentes y se hace difícil poder empatizar. Hacer la vida es prolija con sus elecciones técnicas, con planos que buscan en ciertas ocasiones destacar el entorno para así exponer el escenario urbano bonaerense y ese sueño que está lejos, cada vez más lejos.

“Hacer la américa” representa la posibilidad de ir hacia el primer mundo para crecer material y económicamente gracias a una oportunidad maravillosa. Ahora bien, si trasladamos eso al nombre de la película, “hacer la vida” nos indica la posibilidad de crecer como persona persiguiendo tus objetivos. No hay dudas que el largometraje de Alejandra Marino le hace honor a su título. Hacer la vida cumple lo que se propone, pero a través de un vuelo bajo, sin ánimos de crecer, sin ánimos de ir más allá de lo seguro.

5.0
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