Crítica de "La creciente", las aguas bajan turbias

Matías (Cristian Salguero, La Patota, Delfín) es un fugitivo que llega a una isla del río Parana. No sabemos quién lo persigue ni porqué pero comprendemos su necesidad de salir adelante y superar sus precariedades. En ese espacio rural pre civilizado, donde prima la ley del más fuerte, resiste las humillaciones de su jefe (Héctor Bordoni) y entabla un romance con la joven pareja de este (Mercedes Burgos, La niña de tacones amarillos).

La película de Franco González y Demian Santander utiliza la aridez y crudeza del escenario para construir un western criollo o, al menos, trabajar con sus elementos fundantes. En este mundo sin esperanzas, el amor se presenta como la liberación para el protagonista, el sentimiento que le dará las fuerzas para sobrellevar su destino pero que, a la vez, pone en riesgo todo lo logrado. La conquista del territorio es tanto sobre el espacio como sobre los cuerpos de los personajes. En esa lucha ancestral se establecen las pujas de la trama.

La información mínima sobre los personajes y la situación que atraviesan, obliga al espectador a permanecer atento a los porvenires del argumento, además de inyectarle tensión constante a un mundo sin ley donde el peligro puede presentarse en cualquier momento. La falta de leyes propone una violencia que puede desatarse a voluntad y sin límites, en cualquier momento y lugar.

La creciente es un relato sórdido sobre la supervivencia pero también sobre las condiciones infrahumanas que resaltan los instintos más primitivos del ser humano. La explotación, el abuso de poder y la violencia de género son algunos de los temas encerrados en la parquedad de sus personajes que, lejos de expresar sus emociones, las contienen en su interior como mecanismo de defensa.