Crítica de "Anna: El peligro tiene nombre", la Nikita robótica

Bajo la fascinante apariencia de Anna Poliatova (interpretada por Sasha Luss), se oculta un secreto que desencadena su excepcional habilidad y fuerza como letal asesina a sueldo. Atrapada en un ciclo de búsqueda de libertad y manipulación por parte de poderosos estrategas, Anna se ve envuelta en intrigas amorosas con Alex Tchenkov (Luke Evans) y Lenny Miller (Cillian Murphy), bajo las órdenes de Olga (Helen Mirren).

La trama, marcada por el juego de ajedrez, simboliza la rivalidad entre Rusia y Estados Unidos, ambientada en escenarios tanto en París como en Moscú. Luc Besson retoma el legado de Nikita, la cara del peligro (Nikita, 1990), ofreciendo una nueva versión que promete suspenso y acción al estilo del director, aunque se ve afectada por una narrativa que se estanca después del primer acto y carece de profundidad emocional.

Si bien la película destaca por su dirección y escenas de acción espectaculares, el guion resulta incoherente debido a la confusión generada por la estructura narrativa fragmentada y el exceso de flashbacks. A pesar de la belleza y versatilidad de Sasha Luss, su interpretación carece de carisma y credibilidad en las escenas de acción, lo que afecta la conexión emocional con el público.

Aunque los mensajes sutiles que Besson intenta transmitir sobre la aceptación y los deseos ocultos están presentes, la película se centra más en la espectacularidad visual que en el desarrollo de personajes significativos. En última instancia, Anna: El peligro tiene nombre se queda corta al no añadir sustancia nueva a la historia original, dejando al espectador con la sensación de que la motivación detrás de esta versión no está del todo clara.