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Crítica de "Burning", Murakami según Lee Chang-dong
Tomando el cuento "Quemar graneros", del escritor Haruki Murakami, donde lo cotidiano se transforma en misterioso en apenas una línea, "Burning" (2018) se despliega meticulosamente a lo largo de dos horas y media de metraje crecientemente tensas, en las que cada escena y cada plano están precisamente calibrados para lograr el máximo significado y efecto dramático; y en el proceso va pasando con paciencia y sutileza asombrosas del territorio del drama romántico al de la intriga criminal.
Jongsu se gana la vida como mensajero en un mundo ultra-capitalista que ha despojado al empleo juvenil de cualquier seguridad. A pesar de desempeñarse en ese rol, su verdadera pasión reside en convertirse en escritor. En una de sus entregas, se encuentra con Haemi, una antigua compañera de colegio que ha pasado de ser un patito feo a un atractivo cisne con el tiempo. Surge un flechazo instantáneo entre ellos. Haemi, planeando un viaje por África, deja a Jongsu ansioso por su regreso. Sin embargo, la sorpresa lo embarga cuando descubre que Haemi está acompañada por Ben, un joven afortunado con aficiones curiosas, entre las que se encuentra la peculiar actividad de quemar granjas.
En lugar de un choque previsible, se desarrolla entre los tres una relación compleja que mezcla amistad, fraternidad, intimidad y un toque de celos. La trama da un giro abrupto cuando Haemi desaparece sin dejar rastro ni explicación. El tema central de la historia parece ser las jerarquías de clase y privilegio, destacando el desequilibrio de poder entre los personajes: Jong-su y Haemi anhelan una vida más allá de sus posibilidades, mientras que la riqueza de Ben le confiere el poder de crear y destruir a su antojo.
A medida que avanza la historia, se introducen enigmas (un gato, un pozo, un reloj) y diversas interpretaciones, creando un rompecabezas sin piezas suficientes. La narrativa inicialmente naturalista y cristalina se vuelve cada vez más compleja, transformando la simple historia de amor inicial en algo más extraño y ambiguo.
Lee Chang-dong, reconocido por obras como Peppermint Candy (1999) y Secret Sunshine (2007), toma esta historia melodramática y la enciende con elementos de thriller, resultando en una cautivadora película que explora misterios, luchas de clases y ardientes triángulos amorosos. El director coreano, siempre sorprendente, ofrece una obra que va más allá de las expectativas, sumergiendo al protagonista en un mundo en el que descubre que, al abrirse al exterior, enfrenta una realidad dispuesta a aplastarlo.
