Crítica de "Carmen y Lola", de Arantxa Echevarria, las chicas sólo quieren ser felices

Carmen (Rosy Rodríguez) está a punto de casarse y cumplir con el mandato familiar de los gitanos. Los padres arreglan la boda y ella aspira a poner una peluquería. Pero en su vida aparece Lola (Zaira Romero), su prima de dos años menor que ella que es lesbiana. Lo que empieza como una dulce amistad se convierte en un profundo amor a escondidas de su entorno. Pero tarde o temprano la verdad saldrá a la luz.

Carmen y Lola (2018) tiene varios vicios de una ópera prima. La narración por momentos no fluye libremente y las actuaciones se sienten un poco tensas en el inicio. Pero la película tiene la urgencia de contar un tema que se siente a flor de piel.

Hay una descripción muy precisa del ambiente, la familia y vecindario gitano con sus costumbres, para contar por contraste la falta de libertad que trasmite la historia. La asfixia se percibe en los planos y sensaciones de su joven pareja protagonista. Casas, habitaciones, barrotes y escondites son los espacios elegidos para encontrarse, y por contraste, las tomas del aeropuerto con los aviones despegando o la playa marcan la libertad anhelada, la salida buscada con desenfreno.

La película española cuenta la historia clásica del amor imposible, y lo hace con la variante del contexto social tan particular. Sobre el final, no puede evitar aquello que con inteligencia evadía: caer en el melodrama con argumentaciones gritadas a los cuatro vientos para dejar en claro la intolerancia familiar, que ya había quedado más que evidente.

Sin embargo, este recurso se puede dejar pasar por alto porque al film no le interesa trabajar desde un genero específico aunque recaiga inevitablemente en él. No es ni un melodrama, ni una tragedia ni una telenovela, es una historia de amor sobre la libertad, de elegir a quién y cómo amar, ni mas ni menos.