A cantar que se acaba el trabajo

A fábrica de nada

A fábrica de nada (2017) es una mezcla sorprendente de austeridad y exuberancia, que disfruta plenamente de la libertad de herramientas (estéticas, visuales y sonoras) ofrecidas por la ficción, y, sin embargo, el impacto de su hiperrealismo inmersivo remite a un espíritu propio del documental.

A fábrica de nada
lunes 13 de noviembre de 2017
A fábrica de nada es un film coral, basado en la obra homónima de la autora holandesa Judith Herzberg y escrito por el propio Pinho en colaboración con el equipo de guionistas formado por Luisa Homem, Leonor Noivo y Tiago Hespanha, con el dramaturgo Jorge Silva Melo poniendo el contrapunto más abiertamente teatral. El rodaje transcurrió en una fábrica ubicada a las afueras de la capital portuguesa (concretamente, en Póvoa de Santa Iria, a unos 20 kilómetros de la ciudad), en una zona deprimida desde el punto de vista económico, como demuestra el hecho de que solo subsistan 17 de las 50 fábricas que existían con anterioridad.Toda la poesía y todo el pragmatismo de A fábrica de nada están contenidos en el título, retomado al final en forma de una letanía cantada (“sin hacer nada... sin hacer nada”) que no deja de recordar de manera lejana la melódica desocupación existencial de Anna Karina en Pierrot, el loco; ello da la medida de hasta qué punto estamos ante un realizador en plena posesión de sus medios, un director inequívocamente luso que describe el clima social y económico deprimido de su país a través de una suerte de collage panorámico, pero que, al contrario que Miguel Gomes en su tríptico Las mil y una noches, sigue un hilo narrativo que dota esta obra de una sólida continuidad. Y con razón, porque A fábrica de nada se inspira de una historia específica, una aventura de autogestión real llevada a cabo por los empleados de la filial local de un célebre fabricante de ascensores; un motor narrativo de tal poder de evocación metafórica, con altibajos que sustituyen los pasos del ser humano, que no podemos sino admirar cómo lo real sobrepasa en inventiva a la ficción.La narración nos adentra en el mundo de los obreros, a los que acompañaremos hasta el final sin concesiones, como hipnotizados. A esta cadencia penetrante sigue la baraúnda del epicentro de la acción, con su desorden y su gravedad. Los obreros acaban de descubrir que la empresa procede en secreto, por la noche, al desmantelamiento de este complejo industrial en decadencia. Durante casi tres horas, seguimos las diferentes etapas de la laboriosa tentativa de esta comunidad de trabajadores de tomar las riendas de la situación, tentativa que alterna con fragmentos de sus vidas cotidianas, haciéndonos sentir de manera casi física una cuestión que está en el centro de los numerosos debates ideológicos que salpican la trama: el lugar en la vida del trabajo, que simultáneamente la sustituye —hasta tal punto que cualquier otra actividad cotidiana debe ceder paso cuando surge una urgencia profesional— y la sostiene, representando el espacio de su verdadera plenitud.El absurdo que se desprende de la puesta en escena enlaza con el de los argumentos, desprovistos de toda validez, de la dirección (que evoca de manera falaz los “intereses comunes” de la empresa y los empleados, como si todavía nos situáramos en un modelo industrial familiar, obsoleto desde hace mucho tiempo), con el absurdo de la pérdida el valor del trabajo de las personas (cuando su vida nunca ha girado tanto en torno a la necesidad de tener/conservar/encontrar empleo), del “fetichismo de la mercancía”, de las convicciones personales confrontadas a imperativos concretos... Porque, en A fábrica de nada, Pinho nos da la oportunidad de oír voces que la globalización ha silenciado en gran parte, silenciando al mismo tiempo su pluralidad. Pedro Pinhopropone un discurso social comprometido, pero no sentencioso; un discurso pragmático, sin ilusiones fantasiosas sobre la realidad del destino de una fábrica como la que aparece en el film, pero no desencantado, pues la chispa mágica que perdura, y que da lugar a los cantos y coreografías que salpican la narración, es la chispa del elemento humano.
9.0
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