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Crítica de “Madre”, la casa tomada de Darren Aronofsky

La película de Darren Aronofsky es una alegoría meticulosamente plasmada en la pantalla grande con todo el rigor y talento visual de un buen director. El problema es que, como toda alegoría, posee una única y asfixiante interpretación, y ni bien entendemos cuál es el mensaje de la película el resto es puro circo.

Crítica de “Madre”, la casa tomada de Darren Aronofsky
jueves 28 de septiembre de 2017

¿Cuál es el mensaje de la película? Hay pistas en la composición del afiche, un flagrante plagio de El bebé de Rosemary (Rosemary’s Baby, 1968); en el tráiler, el título, los créditos. Más vale ver la película sin saber nada sobre ella, excepto que fue hecha por Aronofsky, y de alguna forma toda su carrera desemboca en Madre (Mother!, 2017). La moralización de Réquiem por un sueño (Requiem for a Dream, 2000). El esoterismo de La fuente de la vida (The Fountain, 2006). El simbolismo de El Cisne Negro (Black Swan, 2010). La temática cristiana, abordada literalmente en Noé (Noah, 2014).

La única omisión parece ser El Luchador (The Wrestler, 2008), probablemente la más humana y conmovedora de sus películas. Su ausencia es la ausencia de interés o peso humano, lo cual tiene sentido, porque Aronofsky no quiere contar una historia humana sino una alegórica, en la que todo personaje (ninguna lleva nombre) representa algo más que sí mismo. Abunda el simbolismo a prueba de púberes. La mancha de sangre que no se quita. El corazón que se va ennegreciendo. La reliquia de cristal a punto de romperse. La casa que se va prendiendo fuego.

Los actantes, por no llamarlos personajes, son interpretados por Jennifer Lawrence y Javier Bardem, una pareja aislada del resto del mundo en una casa de campo. Él es un poeta a la espera de nueva inspiración. Ella se mantiene ocupada restaurando la casa tras un terrible incendio que consumió todo. La vida es idílica, más allá del descontento del poeta, hasta que llega un hombre (Ed Harris), admirador del poeta, a instalarse en su casa. Al hombre sigue una mujer (Michelle Pfeiffer), y a la pareja siguen dos hijos (los hermanos Brian y Domhnall Gleeson).

Se establece un patrón: el personaje de Bardem está más que contento de invitar y agasajar cuanta persona se aparece en la puerta de su casa, indiferente a sus impertinencias, y el personaje de Lawrence le toca sufrir y reparar el caos que van sembrando los huéspedes. La lástima que sentimos por el personaje de Lawrence en el primer acto se disipa hacia el segundo, para cuando comprendemos las reglas del juego, y desaparece del todo en el tercero, cuando la anarquía crece fuera de proporción y alcanza una bacanal tan grotesca y sanguinaria que resultaría intolerable para el espectador si no pudiera resguardarse tras el recurso de la metáfora.

Las actuaciones son un punto fuerte. Jennifer Lawrence no termina de mudar la piel de ídolo adolescente pero da una de sus mejores interpretaciones. Javier Bardem es adecuadamente servil, distante y odioso. Ed Harris y Michelle Pfeiffer, presentes durante la primera mitad de la historia, son temibles y excelentes.

Madre se anuncia como una de las películas más polémicas y divisivas del año, empezando por la mezcla de aplausos y abucheos con la que fue recibida en Venecia y pasando por la crítica internacional, que ha dado puntajes tan altos y tan bajos como permite la escala. ¿Cuánto sufre la película al romperse el frágil hechizo de la alegoría? La historia termina reducida a un sencillo (si bien lúgubre) mensaje. En algún punto es admirable que un estudio como Paramount de luz verde a una película de autor, nacida de un guión original, sin chances de enhebrar un universo de secuelas, con una visión tan misántropa de la humanidad y un papel tan humillante para su estrella principal. Madre no es una experiencia placentera, pero está hecha de manera tan osada e ingeniosa que vale la pena verla en el cine. Por morbo o fascinación, como quieran llamarlo. No va a haber otra igual.

7.0
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