Pasión por las letras

Al cine le encanta hablar de los artistas de espíritu libre y rebelde, quienes tienen una concepción distinta del mundo y lo plasman en sus obras. Es el caso de Tom Wolfe (Jude Law), el escritor genio atormentado que no encuentra en las conservadoras editoriales de principio del siglo XX espacio para publicar sus novelas. Un buen día se topa con Max Perkins (Colin Firth), quién no sólo será su editor sino también un amigo y consejero del joven literato.La película dirigida por Michael Grandage y escrita por John Logan -quién impulsó el proyecto basado en el libro de A. Scott Berg- trata de rescatar a la figura del editor como un artista oculto detrás de la sombra del escritor. Un genio no valorado por tener que realizar el trabajo “sucio” de limitar las cualidades expresivas del artista en pos de lograr un producto más cercano al público. Al igual que el papel del productor en el cine, el editor es muchas veces quién termina de pulir la obra para convertirla en arte, nos dice el relato.Es interesante como la película utiliza estereotipos antagónicos para definir estas dos figuras: la del escritor y la del editor. Uno es joven, rebelde, egocéntrico, impulsivo y verborrágico. El otro es mayor en edad, cauteloso, discreto y medido en sus expresiones hasta la exageración. Visualmente Tom Wolfe está siempre despeinado mostrando sus rulos al viento, mientras que Max Perkins jamás se quita su sombrero -ni dentro de su casa- y trata de pasar desapercibido constantemente. Es sólo un detalle que suma a la definición contrastada de cada uno.Cuando pareciera que el film se pone conservador, dejando de lado la libertad artística en pos de la mesura y el control del mercado, convierte en artista al editor, al mostrar que desde el perfil bajo también se puede componer y trabajar una obra, incluso mejorarla al punto de transformarla en un valor artístico, según la película. Y lo hace mediante la difícil amistad que teje entre estos particulares personajes.