La herencia en cuestión

Mis hijos

Una vez más, Eran Riklis pone en escena el conflicto palestino-israelí a través de una historia individual. Toda la fuerza de la película reside en la lucha interior del complejo protagonista principal, en búsqueda de su identidad. Pero alrededor de él, intrigas y personajes secundarios tienden a ser más flojos, y la película a dispersarse. 

Mis hijos
viernes 22 de enero de 2016
La prolífica filmografía del israelí Eran Riklis, está atravesada en profundidad por el conflicto palestino-israelí. Como metáfora de este conflicto, varias veces recurre a un personaje principal judío israelí (¿será una suerte de catarsis de su propia condición?) quien entra en conflicto interior cuando se encuentra con el “otro lado”. En El Árbol de Lima(Lemon Tree, 2008), la mujer de un ministro israelí empieza a dudar de las convicciones de su marido mientras va creando una amistad con su vecina palestina. De la misma forma en Zaytoun (2012), la vida de un piloto israelí cambia después de que un niño palestino le salva la vida.Con Mis hijos, el guión basado sobre la autobiografía de Sayed Kashua, Árabes danzando ("Dancing Arabs" en inglés, el título original de la película), invierte esta tendencia: el protagonista (el joven y ya muy potente actor Tawfeek Barhom) es un joven palestino, u oficialmente “árabe israelí”. Nativo de Tira, ciudad de fuerte población árabe en Israel, Eyad, brillante alumno, entra a los 16 años en un prestigioso internado de Jerusalén. Es el único árabe. Entonces, tiene que crear su propio lugar. Un lugar que no existe en esta sociedad. Hijo de un famoso activista por los derechos palestinos, no sabe muy bien que hacer con esta herencia. ¿Condena a su padre por eso? ¿Haría lo mismo? Preguntas que constituyen un leitmotiv pero a las cuales poco responde la película. La cuestión central, la de la identidad individual y colectiva, es apasionante, y es una idea valiente la de querer encarnarla en un adolescente palestino que está justo en esta hora ambivalente, este umbral entre niñez y adultez, donde se pregunta que quiere conservar de la primera (o sea lo que decidieron su nacimiento y su familia por él) y en qué se quiere convertir. Y la única opción que va a tener Eyad para hacerse un lugar en su nueva vida en Jerusalén es adaptarse, asimilarse, es decir disfrazarse. Por el idioma, por la música, por la ropa, y finalmente por sus papeles de identidad, se vuelve otro poco a poco. Lo perturbador es que a los personajes secundarios (sobre todo las mujeres), claramente creados para dar lugar a la cuestión de la identidad, les falta profundidad en comparación con él. La historia de amor de Eyad con una judía del instituto, por ejemplo, cae demasiado en los lugares comunes del amor imposible, tanto como el personaje de ella. Las madres del mismo Eyad y de su amigo/doble Yonatan, son casi decorativas, cuando se hace paradójicamente sentir la voluntad de darles roles importantes.El otro problema es plantear un tema tan complejo y político y, al parecer, no tomar una posición al respecto. Seguramente para agradar el mercado audiovisual israelí e internacional, no hay una crítica clara a la política de Israel, y la sensación de querer abarcar todo a nivel político -tanto como narrativo-, termina sonando falso. Al mismo tiempo, hay en Mis hijos algunas secuencias cargadas de sincero lirismo, sobre todo la diatriba de Eyad explicando cómo la obra literaria de Amos Oz usa el odio del árabe. Estos momentos donde la película se anima valen la pena, pero son demasiados furtivos para poder crear una fuerza llevadora que emane del conjunto. 
6.0
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