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Crítica de "El último verano", los cinéfilos

La ópera prima de Leandro Naranjo regresa a uno de los tópicos que marcó al Nuevo Cine Argentino como lo fue el derrotero personal de los jóvenes de veintitantos, eje central de la filmografía de Ezequiel Acuña o Gabriel Medina a quienes el novel director homenajea en una lograda cinta plagada de referencias y citas cinéfilas.

Crítica de "El último verano", los cinéfilos
sábado 12 de abril de 2014

El último verano (2014) está comprendida dentro del movimiento de Nuevo Cine Cordobés que a lo largo de los últimos años dio nombres como los de Rosendo Ruíz (Tres D, 2014), Rodrigo Guerrero (El tercero, 2014), Matias Lucchesi (Ciencias Naturales, 2014), Inés María Barrionuevo (Atlántida, 2014), Matías Herrera Córdoba (El grillo, 2013), Luciano Juncos y Gastón Bottaro (La Laguna, 2013), entre otros.

La historia, bien chiquitita, cuenta el reencuentro durante una fiesta de cumpleaños de Santi (Santiago Zapata) -¿alter ego del director?- y Juli (Julieta Aiello), novios de la infancia que el tiempo y la vida hicieron que perdieran todo tipo de contacto. Reencuentro que los trasladará a un viaje al pasado cargado de bellos recuerdos pero también a un futuro con más dudas que certezas.

Filmada en blanco y negro con muy pocos planos, Naranjo narra una historia de amor casi en tiempo real (transcurre en una noche) con dos personajes simples, que sin decir grandes parlamentos, crean situaciones ambiguas que el realizador aprovecha para generar diferentes climas y atmósferas que se irán acrescentando a medida que el relato avance. Hay un dejo de melancolía que atraviesa transversalmente toda la historia pero también cierta incertidumbre hacia lo que vendrá. Personajes que prefieren el recuerdo antes que enfrentar el ahora.

El último verano tiene un sinfín de referencias cinéfilas pero también un estilo personal que denota una gran sensibilidad que el director supo transmitirle al dúo protagónico. Hay una influencia de la Nouvelle Vague - en especial de Eric Rohmer - pero también del cine de Jim Jarmusch, del mumblecore, de Ezequiel Acuña y explícitamente de Gabriel Medina con Los Paranoicos (2008). Cada plano, cada encuadre, cada posición de cámara, cada diálogo serán una clara referencia a alguna película, director o movimiento cinematográfico.

Con notable maestría Naranjo va uniendo cada detalle de esa cinefilia que consumió a lo largo de sus veintipico años para, en un punto, homenajear al cine contando una tierna historia de amor acompañada de bonitas canciones pop y un dejo de melancolía. Pero también narrar con un estilo personal y de mucha sensibilidad.

7.0
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