Crítica de "Dromómanos": Luis Ortega y el descenso a los infiernos

Mezcla de neorralismo italiano con el cine de Leonardo Favio, de quien el mismo director se confiesa influenciado por su obra, "Dromómanos" (2012), de Luis Ortega, estrenada en el BAFICI 2012, se sumerge en un mundo marginal para contar una historia que rompe con las divisiones entre la ficción y el documental.

Crítica de "Dromómanos": Luis Ortega y el descenso a los infiernos
domingo 06 de octubre de 2013

El cineasta responsable de Caja negra (2002) y Los santos sucios (2009), fiel a su estilo característico, vuelve a sumergirse en un mundo post-apocalíptico en su nueva película, Dromómanos. En este universo, una serie de personajes marginales deambulan por una Buenos Aires tanto familiar como extraña, una ciudad que muchos ignoran a pesar de transitarla diariamente.

Los protagonistas de Dromómanos parecen surgir directamente del abismo, a pesar de moverse entre nosotros en la vida cotidiana. Un adolescente enano y su novia celosa, un joven con problemas mentales que transita entre el psiquiátrico y la casa de su médico, cuyo estado mental no difiere mucho del de su paciente, y una chica cartonera cuya compañera es un cerdito, son solo algunos de los personajes que pueblan la película de Luis Ortega. Este director demuestra ser uno de los pocos capaces de retratar la marginalidad sin regodearse en ella, sino más bien explorando sus profundidades con un enfoque ajeno pero a la vez íntimo.

La película utiliza una cámara en mano en movimiento para registrar las historias de este variado elenco, que incluye tanto a actores profesionales como Ailín Salas y Julieta Caputo como a personas sin experiencia actoral. Una de las principales virtudes de la película radica en su enfoque realista del trabajo actoral: los personajes no parecen actuar, sino más bien ser ellos mismos, al menos eso es lo que se percibe en pantalla. Este enfoque, que recuerda a películas como Crónica de un niño solo (1964) de Leonardo Favio y al neorrealismo de mediados del siglo pasado, infunde al relato una crudeza pura, generando una ambigüedad que cuestiona si lo que se observa es la realidad documentada o una representación escénica.

Luis Ortega no se conforma con la simplicidad; por el contrario, es un director provocador que busca incomodar al espectador tanto con la forma en que aborda sus historias como con lo que muestra en pantalla. Dromómanos no es una excepción: es un cine que desafía tanto ética como estéticamente. Los personajes parecen habitar un infierno dantesco reflejado en una ciudad que preferimos ignorar, aunque la atravesemos diariamente. Sin embargo, Ortega es coherente con esta visión, capaz de mostrar mundos decadentes y agobiantes sin juzgarlos ni someter a sus personajes a redenciones moralizadoras, aunque sí se someten a una catarsis cinematográfica.

7.0
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