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Crítica de “Balada triste de trompeta”, horror y espanto español por Alex de la Iglesia

Luego de perder su valor autoral en “Los crímenes de Oxford” (The Oxford Murders, 2008), Alex de la Iglesia vuelve a explorar lo más revulsivo de España.

Crítica de “Balada triste de trompeta”, horror y espanto español por Alex de la Iglesia
sábado 22 de enero de 2022

Balada triste de trompeta (2010) es una película cruda, bestial, desmesurada, posiblemente la más arriesgada de su fecunda carrera.

Los amantes y estudiosos del clown saben que es mucho más honesto aquel que expresa el sentido trágico de la humanidad con la misma destreza con la que convoca a la risa. Comedia y tragedia fundidas en un cuerpo atravesado por la alegría. La tragicidad se presenta, paradójicamente, como signo ausente. Cuando el arte mira frontalmente al horror de la guerra, ¿cómo conmover sin ser explícito? La metáfora, entonces, deviene esencial. No es posible representar determinados sucesos si no es por asociación con lo micro.

La última película de Alex de la Iglesia comienza en 1937, plena Guerra Civil Española. El “Payaso Triste” del circo (Santiago Segura) abandona la rutina para salir a mutilar soldados nacionales. Finalmente encarcelado, unos cuantos años más tarde su hijo Javier (Carlos Areces) lo ve morir. Pero hereda su rol artístico y también –de cierta forma- el horror político envestido en la figura del franquismo. El mundo sigue siendo un lugar violento. La belleza se presenta como idílica, en la corporalidad de Natalia (Carolina Bang), la trapecista del circo al que este hombre va a parar. Allí lo espera Sergio, literalmente “el dueño del circo” y también “Payaso Triste” (Antonio de la Torre). Un rufián despótico y violento que más que cónyuge de Natalia parece su dueño.

Vale la pena señalar que cada uno de los intérpretes está estupendo en sus composiciones, pues evitan caer en lo ridículo y asumen la locura con total convicción. Balada triste de trompeta muestra el terrorismo de Estado como un circo. En diversas oportunidades el arte (incluso el mejor) pensó al horror como un espectáculo, con roles rígidos y castigos perpetuos. Lo vemos en varias obras de Bertolt Brecht o en piezas más cercanas a nuestra experiencia como Cabaret (la película de 1972 de Bob Fosse y la versión teatral). Y se dijo “más cercanas a nuestra experiencia” y no “contemporáneas” porque Brecht sigue siendo profundamente contemporáneo.

Entre Javier y Natalia irá surgiendo un amor prohibido que él no puede frenar pese a asistir a los múltiples maltratos a los que la somete Sergio y escuchar todas las recomendaciones de sus compañeros. Poco a poco el Payaso Triste irá mutando hacia una personaje lleno de odio y ansias de venganza. De allí en más, Balada triste de trompeta se transforma en un tour de force de las aberraciones más grandes, con secuencias de una visceralidad enorme, como aquella en la que Javier se mutila el rostro para abandonar el maquillaje y cargar con su pena y rencor de forma explícita. No menos atractivo es el personaje femenino, que oscila entre la ternura y una sexualidad desbordante, por momentos sadomasoquista, singularidad que –dentro de la lectura alegórica que habilita el film- señala la fascinación por lo oscuro.

Alex de la Iglesia entrega su película más barroca, terrible y material. No es la primera vez que expone los antagonismos de una dupla protagónica, ya lo hizo en Muertos de Risa (1999), sólo que aquí impera el dramatismo puro, magnificado por un diseño de arte estupendo en donde predomina el azul, el negro y un rojo que roza el bordó. Como en La comunidad (2000) emplea un espacio particular para mostrar las miserias más profundamente humanas. Cuando el personaje de Carmen Maura salía del edificio asfixiante, había algo de liberador. Por el contrario, aquí los personajes transitan el afuera como una exteriorización más macabra de los sentimientos y pulsiones que los movilizan.

El título remite a la canción homónima de Raphael, quien en una memorable secuencia, vestido de payaso, la entonó en la película Sin un adiós (Vicente Escrivá, 1971). Esa secuencia aparece como cine dentro del cine, tal vez la señal explícita de lo que se advirtió previamente: una lectura alegórica respecto del triángulo amoroso y la sociedad española. Balada triste de trompeta es un bienvenido retorno de su realizador al mundo hispánico, hasta la fecha su película más arriesgada y profundamente política que abrirá más de un debate.

10.0
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