El tiempo que resta

El otro

La segunda película de Ariel Rotter, El otro (2007), propone una reflexión sobre el paso del tiempo en relación al cuerpo, la paternidad, la posibilidad de cambiar y pese a ello seguir el trazo de la vida cotidiana.

El otro
jueves 30 de junio de 2011
Juan Desouza es un abogado de casi cincuenta años a quien su mujer le cuenta que tendrán un hijo. Por aquellos días su propio padre está enfermo, a tal punto que necesita usar pañales y que lo ayuden a bañarse. Ese primer contraste que propone el film (el comienzo de una vida, el final de otra) tendrá distintos ejes de resonancia en la imagen. Las manos que acarician la tersa piel de la esposa, el agua que moja al padre anciano, la mirada filial, la mirada amorosa. Así comienza “El otro”, y el director pone de manifiesto que su film será tan contemplativo como la percepción de Desouza, quien debe abandonar Buenos Aires para resolver unas cuestiones laborales en Victoria, Entre Ríos.En medio del viaje su compañero de asiento muere, y Desouza decide “robarle” su nombre e inventarse una nueva identidad, incluso una nueva profesión (la de médico), para más adelante volver a cambiarse el nombre. ¿Regresión? ¿Puesta en acto de alguna disconformidad con su vida? ¿El simple delirar de un hombre que debe hacerle frente a todo con absoluta seriedad? Nunca lo sabremos, porque afortunadamente el film jamás intenta dar una explicación al respecto.Lo que sigue es mera contemplación, que presenta la instalación de Desouza en dos hoteles, la rápida resolución del trámite encomendado, una breve y sugestiva relación que establece con la recepcionista del segundo hotel, y hasta un affaire con la viuda de un hombre al que Desouza “conoce” en su velorio.Hubiera sido fácil ejercer sobre la imagen una presión excesiva sobre el laconismo del personaje. Incluso una maravillosa escena como el encuentro entre protagonista y una anciana que está a punto de morir pasa de la más hilarante comicidad a una bienvenida apertura emotiva. Porque Rotter concibe un guión hermético, pero ciertamente abierto al entendimiento del espectador. La mirada de Desouza nos interroga desde su inmensa libertad, esa que construye desde el devenir de su anónima vida. Para ello resultó clave el trabajo fotográfico de Marcelo Lavintán. Su encuadre pone en contraste la mirada del protagonista y la de “los otros”, que son una especie de coda del deseo de Desouza. Ellos son resonancias de las arbitrarias decisiones del abogado, y, sin saberlo, lo ponen en estado de “visibilidad”. La escena en la que Desouza despierta en el monte, saborea unos frutos, y contempla a las niñas jugando en el lago, es uno de los momentos más luminosos del film, a diferencia del resto. Casi parece un sueño, y es allí donde Chávez potencia su soberbia labor entregando una sonrisa perdurable.Hacia el final el personaje retorna a su hogar, difícilmente sea el mismo. Quizás todo haya sido un sueño. En relación al devenir de la vida, quizás él (y con él nosotros) se haya dado cuenta que desde hace mucho tiempo antes ya estaba cambiando.
8.0
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