Crítica de "Rambo: regreso al infierno", de y con Sylvester Stallone, amo la violencia

Veinte años pasaron de la última entrega de la saga (Rambo III), y la estructura del film no varió mucho de aquella película de 1988. Rambo vive pacíficamente en Tailandia cazando víboras y manejando botes (no se sabe donde consigue los anabólicos) pero dentro de él lleva un violento asesino que buscará liberar para exorcizar sus demonios.

Por el otro lado hay un grupo de jóvenes de clase media dispuesto a ir a Birmania, que se encuentra en Guerra Civil, a brindar ayuda humanitaria. Rambo advierte “sin armas no van a solucionar nada”. Así es que los chicos, desobedeciendo al musculoso, caen en problemas y sólo él podrá defenderlos.

Stallone, director del film, se dedica buena parte de la película a mostrar lo malo y sanguinarios que son los enemigos (el villano de turno es oriental, negro y ¡homosexual!). Se los ve matando -mutilando- a campesinos, violando mujeres, descuartizando niños, etc.

Todo esto sirve para justificar la esperada matanza que Rambo hará luego, donde no faltarán desmembramientos, explosiones y aniquilaciones al por mayor. Todo con una estética similar a la usada por Riddley Scott en La Caída del Halcón Negro (Black Hawk Down, 2001), a quien Stallone le habría propuesto dirigir el film que terminó dirigiendo él mismo. Esto es, tomas con cámara en mano quitándole algunos cuadros al celuloide, dándole un movimiento vertiginoso y una imagen espectacular a las escenas de acción.

Pero Rambo aunque chapado a la antigua (todavía cree que un arma vale mas que mil discursos) tenía razón, hasta los jóvenes pacifistas terminan vengándose con sus propias manos.

Lo cierto es que en época de confusiones ideológicas, Rambo vuelve, con sus mismas ideas primitivas que en los años ochenta, pero que siguen siendo claras. Después uno puede estar o no de acuerdo, o simplemente entretenerse, que dicho sea de paso, es lo más recomendable.