Crítica de "Boogie, el aceitoso": La ciudad del pecado de Roberto Fontanarrosa

Basada en la historieta de Roberto Fontanarrosa, "Boogie, el aceitoso" (2009) es una arriesgada propuesta tanto en forma como en contenido, pero demasiado autocelebratoria de la incorrección del personaje central.

Crítica de "Boogie, el aceitoso": La ciudad del pecado de Roberto Fontanarrosa
jueves 22 de octubre de 2015

Boogie es un mercenario reputado en los ambientes donde impera la ilegalidad y el trabajo sucio. Allí se mueve el capo mafia Sonny Calabria, quien cuando necesita silenciar a Marcia, su ex mujer y testigo principal del juicio en su contra, contrata al principal competidor y acérrimo rival del protagonista, Blackburn. Dispuesto a recuperar la reputación perdida, el oleico antihéroe idea un plan que incluye un secuestros, decenas de muertos y cientos de balas.

Gustavo Cova y su equipo de ilustradores edificaron una ingeniería visual a la altura de las grandes producciones estadounidenses. Cada fotograma esconde una potencial visual pocas veces vista en el cine argentino, acostumbrado a transitar los cómodos carriles de la corrección y lo previsible. Boogie va a contramano: patea vagabundos, fusila perros, odia a los pobres.

El gran trabajo visual remite a las adaptaciones cinematográficas de las novelas gráficas de Frank Miller. Como en La ciudad del Pecado (Sin City, 2005) o 300 (2006), el efecto generado en el espectador es el mismo: la artificialidad de lo inverosímil. Tanto la Basin City de Robert Rodríguez, La Batalla de las Termópilas de Zack Zinder y la incierta ciudad donde transcurre la película de Gustavo Cova están construidas respetando a rajatabla la vertiente gráfica en la que encuentran su origen.

Son escenarios irreales habitados por seres exagerados, brutales, desmedidos, autómatas e insaciables donde la violencia es llevada a la máxima expresión con miembros voladores, vísceras que estampan paredes y sangre brotando a borbotones. Veterano de todas las guerras, mal educado, ordinario, xenófobo y petulante, Boogie es un matón de tamaño corporal tan grande como la incorrección de sus modos. La película exacerba a su protagonista no por aval a su forma sino por la atención que le dispensa.

Después de una escena de acción, de un tiroteo o pelea, la narración parece detenerse en un primer plano al rostro del protagonista para escuchar su verdad, su máxima: “Las mujeres tienen que estar en la cama o la cocina”, “El único sentido que no me funciona es el sentido pésame”, entre otras. A pesar de ese “endiosamiento”, Boogie, el aceitoso, primera incursión del cine nacional en la animación 3D, resulta un entretenimiento felizmente agresivo y desmedido, como décadas atrás lo pensó el Negro Fontanarrosa.

6.0
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