Crítica de "La mujer sin cabeza": La rareza de lo cotidiano

Con apenas tres largometrajes, la cineasta salteña Lucrecia Martel ha sabido construir una filmografía radical, implacable. Desde "La ciénaga" (2001) fue posible percibir elementos temáticos que se repetirían en sus dos obras posteriores. La incomunicación, el concepto de “banalidad del mal”, los climas opresivos, la discriminación (jamás tratada de manera demasiado gráfica), el desconcierto ante lo incomprensible que aparece como cotidiano, son algunos de los temas que aparecen en su cine. 

Crítica de "La mujer sin cabeza": La rareza de lo cotidiano
lunes 12 de octubre de 2009

La mujer sin cabeza (2008) representa una apuesta radical por parte de la directora. La historia se puede entender como una estructura de resonancias, con el punto focal en un evento que afecta la vida de Vero (interpretada con sutileza por María Onetto), una odontóloga perteneciente a la burguesía salteña, un grupo social que Martel ha explorado en sus películas anteriores. Un día, Vero atropella "algo" en la carretera. Al mirar hacia atrás, encuentra un perro muerto, pero ella sospecha que podría haber atropellado a un ser humano.

Este acontecimiento traumático lleva a Martel a explorar la mente de Vero, especialmente cómo su mundo cotidiano se vuelve extraño después del accidente. Vero no logra recuperarse del incidente y se siente fuera de lugar en un entorno que en apariencia debería serle familiar. Su percepción se distorsiona en la película. No puede reconocer su propio material de trabajo, y su rostro muestra sorpresa ante cualquier solicitud, ya sea de su esposo, su hermana o aquellos cercanos a ella. Cada experiencia, por mínima que sea, se convierte en una novedad para ella. Desde esta perspectiva, la normalidad se transforma en algo extraordinario, como si Martel ofreciera a su personaje una lupa potente para revelar las miserias, los afectos, los sentimientos y las injusticias veladas de su entorno.

La estructura de la película escapa de lo que tradicionalmente consideraríamos como "trama". Tampoco opera de forma fragmentaria, sino más bien anécdotica, sin sacrificar la sensación de totalidad. Cada escena ofrece líneas de sentido que se superponen y se amplifican, obligando al espectador a imaginar frases no dichas y escenas fuera de campo. Nada queda al azar; incluso el azar parece ser una construcción deliberada.

La maestría visual de Martel se manifiesta en cada plano. Cada secuencia tiene una justificación dramática y contribuye a la totalidad del filme. El manejo del elemento siniestro nunca recurre al psicologismo; en cambio, se centra en la capacidad de explorar lo mostrado y los detalles intersticiales que otorgan sentido a lo conocido, fusionando lo cultural con lo íntimo.

Este enfoque desafiante puede generar división entre críticos y público, pero ante una cartelera saturada de fórmulas preestablecidas, la audacia de Martel merece ser celebrada.

8.0
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